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Las buenas intenciones no sirven de nada

Por Miguel Ángel González , 26 febrero, 2014
Tommie Smith

Juegos Olímpicos de México 1968

El sábado 15 de febrero, en el Nuevo Estadio de la Victoria, el Real Jaén Club de Fútbol y la Unión Deportiva Las Palmas disputaron un encuentro de fútbol correspondiente a la vigésimo sexta jornada de la Liga Adelante.

Instantes antes del comienzo del partido, cuando ambos equipos se encontraban en el túnel de vestuarios, el delantero hispano-hondureño Jonathan Mejía Ruiz se acercó hasta el lugar en el que se encontraba el árbitro y le preguntó si podría, en caso de anotar un tanto, mostrar el mensaje que llevaba escrito en su camiseta interior. El árbitro le respondió afirmativamente, indicándole que si no se cubría la cabeza con la camiseta de su club no le sacaría tarjeta por realizar tal acción, aunque según el reglamento se vería obligado a detallar el acontecimiento en el acta.

Y eso fue justo lo que ocurrió.

El Jaén venció a Las Palmas por un contundente 3-0 y Jona, apodo por el que todos sus compañeros le conocen, marcó dos goles. Tras el primero, se levantó la camiseta, sin cubrirse la cabeza con ella en ningún momento, y mostró un mensaje que decía textualmente: «Ánimo pequeñines. Día Mundial contra el Cáncer Infantil».

Días después el Comité de Competición sancionó al futbolista con una multa de 2.000 euros. Multa que, tras el revuelo mediático que se organizó alrededor de la noticia, fue retirada. Pero puesto que esta rectificación se llevó a cabo debido a la presión social y no a la reflexión, no puedo evitar llegar a una desoladora conclusión: Las buenas intenciones no sirven de nada.

Tommie Smith nació el 6 de junio de 1944 en Clarksville, Texas. Era un talentoso atleta negro especializado en las pruebas de velocidad.

Sus padres eran granjeros, se ganaban la vida cultivando la tierra de unos empresarios blancos. Tommie comenzó a trabajar en el campo antes de cumplir los diez años, del mismo modo que hicieron sus once hermanos.

A pesar de vivir bajo el dominio de una sociedad altamente racista, Tommie alcanzó su sueño de convertirse en un atleta profesional y en los Juegos Olímpicos celebrados en México en el año 1968, consiguió hacerse con la medalla de oro en la categoría de doscientos metros lisos.

La tarde de la entrega de medallas la vida de Tommie cambió para siempre. Había pasado noches en vela imaginando aquel momento, todo el recinto lleno, mirándole fijamente mientras sonaba el himno de las Estados Unidos y le colgaban una medalla de oro del cuello.

Pero Tommie no se conformaba con ser admirado, quería mostrar el duro camino que había tenido que recorrer, quería hablar de las desigualdades por las que pasaban las personas negras en su país, quería gritarle al mundo todas las injusticias que había sufrido, y lo hizo colocándose un guante negro en su mano derecha, mano que alzó hacia el cielo mientras por los altavoces del estadio se escuchaba el himno nacional.

Estados Unidos le expulsó del equipo olímpico y cuando regresó a su casa fue tratado como un delincuente. Recibió amenazas de muerte durante años, sus amigos le abandonaron, los colegios de la zona se negaron a admitir como alumnos a sus hermanos pequeños…

Antes de conseguir la medalla de oro, Tommie acumulaba once récords mundiales, algo que ningún otro deportista del planeta había alcanzado en su modalidad, después de aquel día, sólo consiguió empleo lavando coches en un aparcamiento.

Hoy en día Tommie Smith es un jubilado que vive en Georgia, cada mañana pasea libremente por los parques de la ciudad, parques que antes eran territorio vedado para las personas negras. Lo hace con la satisfacción de saber que ha hecho lo correcto, pero también con un sentimiento amargo que le hace pensar que quizá la suya fue una victoria pírrica.


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