Los medios
Por José Luis Muñoz , 12 abril, 2019
Hace tiempo que pienso que la batalla por unos medios de comunicación dignos la ha perdido la ciudadanía en mi país desde que los grandes grupos empresariales controlan la casi totalidad de la prensa escrita, y un buen número de digitales, y las televisiones de ámbito estatal están al servicio de sus amos. Cuando un partido en el gobierno obliga a despedir a cuatro directores de un diario porque denuncia una trama de corrupción o determinada prensa inventa una realidad inexistente, el ciudadano se convierte en un ser inerme y manipulable. Entre esto y la lluvia de noticias falsas, cada vez cuesta más deslindar lo que ocurre en el mundo. El periodismo crítico y de investigación está amordazado mientras pululan los mercenarios sin escrúpulos que fabrican basura mediática.
Con contundencia, sin casarse con nadie, desde la indignación más absoluta, como no podía ser de otra forma, Pablo Iglesias ha irrumpido como una tromba en la campaña electoral cargando contra los medios de comunicación que han actuado como correa de transmisión de las cloacas del estado, y lo ha hecho, con más virulencia si cabe, precisamente contra la Sexta, la teóricamente cadena “progre”, que ni mucho menos lo es (es el dinero, estúpidos, el que está tras esos guiños hacia la izquierda en sus tertulias), y especialmente contra un periodista que se ha especializado en aventar todos los bulos, mentiras, dosieres falsos, infamias e insidias contra la formación Unidos Podemos en cuanto los poderes fácticos tuvieron la percepción de que la formación morada podía llegar al poder por las urnas. La policía más corrupta y el periodismo más vomitivo se coordinaron para restar votos y credibilidad a la formación a la izquierda del PSOE en una guerra sucia e infame que esperemos tenga consecuencias judiciales para sus protagonistas: el ministro que ordenó esa campaña, la policía patriótica que se inventó todos esos informes falsos y el periodista que, a sabiendas, los aventó. El daño hubiera sido mínimo si las cadenas privadas de ámbito estatal no se hubieran hecho eco de toda esa basura policial-mediática, y de ahí el rifirrafe entre Pablo Iglesias y Antonio García Ferreras a costa de la indignidad de la cadena y sus programas de debate estrellas Al Rojo Vivo y la Sexta Noche por mantener en su parrilla de tertulianos a un personaje que es la vergüenza de la profesión periodística.
El estallido de ese escándalo político mediático en España casi coincide con la noticia nefasta de la detención de Julian Assange en la embajada de Ecuador en Londres tras siete años de insoportable asedio en el recinto diplomático. Ningún demócrata debería sentir indiferencia por ese hecho de una gravedad extrema que quiere silenciar y poner de rodillas al cuarto poder ante el económico que ya sin tapujo de ningún tipo ostenta el control del mundo. Con esa táctica de matar al mensajero (Julian Assange puede ser extraditado a Estados Unidos y allí se puede enfrentar a cualquier pena) en vez de perseguir la multitud de actuaciones delictivas que denunciaban los documentos de Wikileaks vertidos a la prensa (torturas, asesinatos, detalles de la guerra de Afganistán y la invasión de Irak, oscuridades de las satrapías del Golfo Pérsico…), se lanza un mensaje claro y contundente a los medios independientes que aún quedan para que callen para siempre porque la mano del imperio llega a cualquier aldea del mundo.
Cuando el poder económico corrompe los partidos y las instituciones, controla la judicatura y amordaza o compra a la prensa no es que la democracia esté en peligro sino que desaparece. Las grandes corporaciones, que no los estados que hace tiempo están al servicio de estas, mueven sus piezas por el tablero para repartirse el pastel global y saquear el mundo a su antojo. Llegará un momento en que hasta esta democracia ornamental en la que, de vez en cuando, nos permiten meter una papeleta en la urna, siempre que no se cuestione el sistema, será prescindible. Llevamos años instalados en la pesadilla orwelliana sin habernos dado cuenta de ello.
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