Malditos sean los jueces (algunos)
Por José Luis Muñoz , 29 julio, 2020
Con la pandemia sanitaria y económica que se nos ha venido encima hay un tipo de noticias que no afloran como debieran, por desgracia, y de las que pocos se hacen eco, pero ayer hubo tres novedades que me soliviantaron en el ámbito judicial y no me puedo morder la lengua.
Suspender el tercer grado a los presos del procés parece ir en la línea de esos jueces, anclados en el pasado, hijos ideológicos de él, con togas casposas, constituidos en una especie de secta execrable que se dedica a sumar problemas a los muchos que ya tenemos. Lo llevamos viendo con el comportamiento delirante del Tribunal Supremo en el juicio contra los delirantes independentistas que, ante la bancada togada hasta parecían ungidos por la sensatez; en el procesamiento contra el anti independentista Trapero, que quería detener a Puigdemont y no encender los ánimos el 1 de octubre (palma él y no el inútil Pérez de los Cobos cuya actuación se saldó con el más rotundo de los fracasos) y en las muchas resoluciones del Tribunal Constitucional que huelen a naftalina y fueron la madre del cordero (l’Estatut) en la crisis catalana.
El mismo día, la Audiencia Nacional decide imputar a Corinna Larsen, la principal testigo de cargo contra el rey Juan Carlos I, en la línea de enmudecer a las fuentes del delito (a Julian Assange le está yendo bastante peor, dejo dicho) y veremos cuantos palos más en las ruedas se van a poner para que el rey campechano pueda seguir disfrutando de ese dorado exilio en una finca de Ciudad Real o en la isla de la Hispaniola. Lo esperado era que se imputara a Juan Carlos, el presunto delincuente, no a quien lo denuncia. Pero el mundo va al revés.
Sin tanto empaque político ni regio, en el caluroso sur, la Audiencia de Cádiz decide archivar definitivamente la causa abierta contra los guardias civiles acusados de provocar la muerte de quince migrantes que trataban de llegar a nado a la playa del Tarajal. El redactado de esa resolución, que copio, resulta un insulto a las víctimas, sin nombre, de esa tragedia. “La peligrosa forma de irrupción era una opción elegida por los propios inmigrantes, y en ella, entre los obstáculos que habría (aquí falta una coma) tras superar a las fuerzas marroquíes tanto en tierra como en el mar, se hallaba la ineludible actuación policial española, protagonizada por agentes de la autoridad que cumplían con su deber, como pueda ocurrir habitualmente en cualquier frontera (ni en la frontera de la Hungría del poco respetuoso Orbán se ha producido un acto semejante contra migrantes ilegales), sin que existan elementos probatorios para sostener ni siquiera indiciariamente una desproporción en su actuación”.
A ver. Lo que yo vi, y muchos vieron en los videos que se grabaron, fue a un grupo de inmigrantes tratando de alcanzar a nado la playa, ilegalmente, por supuesto, y unos guardias civiles que les dispararon pelotas de goma; lo que yo vi fue a un grupo de inmigrantes que se ahogaban en las aguas a pocos pasos de unos uniformados que nada hicieron por socorrerlos sino todo lo contrario. En ningún momento, porque era imposible en el mar mientras trataban de nadar, que no se trataba de un equipo de voleibol, vi comportamientos violentos en ese grupo de inmigrantes que lo único que hacía era intentar flotar y sobrevivir ante los impactos que recibían desde la costa, algunos de los cuales dieron en el blanco. Pelotas de goma se emplean para disolver manifestantes violentos que pisan tierra; utilizarlas en el mar es una conducta doblemente dolosa, me atrevo a decir que criminal puesto que puede matar, y mataron. Decir que “no existan elementos probatorios para sostener ni siquiera indiciariamente una desproporción en su actuación” cuando ésta se salda, precisamente, con quince muertes me parecen de una inmoralidad y bajeza difícilmente soportables. Hay una relación causa y efecto en la conducta policial, porque de no haber disparado esas docenas de balas de goma esos quince inmigrantes oscuros, sin nombre, sin papeles, sin dinero, parias de ese tercer mundo que esquilmamos, habrían alcanzado la playa y estarían vivos. Pero claro, sus vidas importan un carajo.
Las actuaciones del Tribunal Supremo, el Constitucional, la Audiencia Nacional y la Audiencia de Cádiz sencillamente me producen asco, señorías, y me llevan a afirmar que los jueces, buena parte de ellos, y sus instituciones son uno de los principales problemas de este país, y lo peor es que parecen gozar de una insultante impunidad que los sitúa por encima del bien y del mal.
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