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Mario Álvarez: manual de vuelo

Por José de María Romero Barea , 31 octubre, 2015

En los poemas de Fe de horizonte (Palimpsesto 2.0 editorial, 2015), Mario Álvarez Porro (Sevilla, 1977) logra traspasar las fronteras del mundo real, y penetra en un ámbito tan elemental que parece de otro mundo. Su último poemario es, entre otras cosas, un manual de vuelo, que aborda los aterrizajes de emergencia sobre un “ámbito de desespejismos”; los viajes largos, a oscuras, sobre el mar, “allí donde no se sabe // qué es la tierra o el cielo”; los vuelos de una noche oscura del alma que deja atrás las inclemencias, “más allá de ti de mi”.

El amor infunde su nuevo trabajo creativo, no solo el amor erótico (“arde corazón arde”) sino el amor más profundo entre el espíritu y la divinidad (“yo confieso ante Dios / que he sentido / y siento”). En su último poemario, Mario Álvarez se une a una clerecía de artistas aventureros, una joven aristocracia aérea que conduce su avión muy por encima de sus límites operativos. En esta nueva entrega, sabe que el verdadero poeta ha de perderse para encontrarse, ha de “ir dejándose el alma / tras un cielo a medida” para empezar de nuevo. Le gusta “sentir en mitad de la tormenta / respirar al relámpago”, “caminar por el aire / sin cable / sin red”. El desterrado se siente a gusto en la imposibilidad de regresar a casa.

Este “horizonte”, que “separa el cielo de la tierra”, el mundo de la realidad y el del sueño, es una idea que es a la vez ecologista y filosófica, y es común a todos los poemas de su nueva colección, de raíz mística. Su nuevo poemario es una invitación a volar, a trascender los límites, a “ir más allá/ a latir por encima del latir”. En su cielo – laboratorio, Álvarez desarrolla una versión socialista del heroísmo: cree que la solidaridad humana es la única y verdadera riqueza (“atrévete a creer / sobre todo / si no tiene sentido”); afirma que la responsabilidad mutua (“solo el corazón puede (…) salvar lo que queda de nosotros”), es la única ética.

En sus nuevos poemas, el mundo siempre queda abajo, y es reinterpretado en consecuencia. Los griegos tenían un nombre para la persona que ve desde arriba. Lo llamaban katascopos – una palabra que más tarde pasó a significar espía o explorador – y para ellos, la visión obtenida de las alturas era parecida a la de los dioses. Mario Álvarez es un katascopos en todos los sentidos de la palabra, y leer su verso – lacónico, epigramático, visionario – es compartir una vista aérea, saludable, una perspectiva cósmica, cómica y por lo tanto, fresca.

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