Muerte de una librería
Por José Luis Muñoz , 27 octubre, 2022
97 años es una buena edad para morir, pero no tanto si se trata de una librería. Alibri de Barcelona, la de la calle Balmes tocando Gran Vía, echa el cierre tras casi un siglo de vida (le faltaban 3 para llegar a ser centenaria). Un espacio acogedor en el que hacía todas mis presentaciones, colaboraba con el festival Black Mountain Bossòst y en el que me sentía como en casa gracias a los buenos oficios de Jordi Cubrió y todos sus atentos empleados. Siempre que entraba salía con un libro bajo el brazo porque lo consideraba mi obligación como lector para que las librerías no mueran, precisamente. Alibri era una pequeña gran librería que sobrevivía en tiempos de Amazon, grandes superficies y sucesivas crisis económicas.
Recuerdo la antigua Herder, que luego fue Alibri, de mis años universitarios a la que iba con frecuencia por su cercanía a la facultad de Filosofía y Letras. Sin dejar la acera de la Gran Vía, en donde estaba la Universidad Central, cruzaba la calle Balmes y me perdía en su interior. Herder / Alibri no solo podía presumir de estar al día en literatura sino que tenía un catálogo completo de filosofía, psicología y libros en otras lenguas como ninguna otra librería de Barcelona. Mueren las librerías, y morirán unas cuantas editoriales que no pueden trasladar a los lectores los elevados precios del papel y la impresión. Ya son unas cuantas las editoriales que imprimen sus libros fuera de España, en países del este de Europa, que les sale más a cuenta descontando los gastos del transporte. Siento, con la pérdida de Alibri, que algo se me está muriendo en mi interior. Es un año de pérdidas consecutivas que responden a una especie de maldición.
No acabo de concebir un mundo sin bibliotecas, librerías ni libros. Las primeras han existido desde la de Alejandría, en el siglo III antes de Cristo, y los últimos desde la invención de la imprenta por Johannes Gutenberg en el año 1440. Las librerías, como las bibliotecas, son templos del saber. Un amigo editor me dijo una vez que el libro es uno de los mejores inventos del ser humano, que raya la perfección como continente y contenido: lo abres y lo cierras cuando te parece, contiene en sus páginas una información extraordinaria, es, además, un objeto de adorno, lo legas a tus hijos o a tus amigos. Desolación es la palabra que define mi estado de ánimo con la pérdida irreparable de una librería amiga que era mi segunda casa, un hogar espiritual.
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