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Un libro, mucho más que un simple objeto decorativo

Por Marisa Cuyás , 21 abril, 2014

Un año más se acerca el día del libro y con ello los consiguientes actos, celebraciones y ferias en las que las editoriales siguen su camino presentando en el mercado ejemplares con los que aparentemente poder sorprender a futuros lectores cada día más ausentes.

Las visitas a esas librerías donde pasarse horas buscando el libro que nos haga imaginar, descubrir, emocionar, pensar y hasta incluso soñar, se relegan cada vez más a momentos puntuales en los que comprar o regalar un ejemplar del best seller de turno se convierta en un acto social o meramente con fines decorativos, sin bucear más allá en los gustos literarios propios o ajenos.

Para una persona que vive desde su más tierna infancia rodeada de literatura, es difícil entender como hay niños y niñas que siguen creciendo sin ese cuento para dormirse, como pasan por su infancia y juventud sin  vivir apasionantes aventuras o emociones reflejadas en novelas que nunca tendrán ni edad ni época, limitándose en la mayor parte de los casos a intentar buscar el resumen del libro que el colegio o instituto tenga a bien seleccionar en la lista recomendada de lectura, a veces muy alejada de las preferencias no sólo de los pocos ávidos lectores sino también de los que podrían llegar casi por primera vez.

Aunque la mejor forma de acercarse a la lectura para posteriormente disfrutar con ella es durante la infancia, nunca es tarde para comenzar a crear un espíritu crítico, a favorecer la expresión oral y el razonamiento, todo ello fomentado por la cultura en general y la literatura en particular. Y como en este país, al igual que en otros tantos de carácter latino como nosotros, tenemos tendencia a dejar que sean los de enfrente quienes nos solucionen los problemas, es mucho más cómodo pensar que desde la enseñanza han de ser los profesores los encargados de realizar ingente tarea, transmitiendo la importancia no sólo de aprender contenidos sino también de empezar a desarrollar el pensamiento y razonamiento desde la libertad y la capacidad crítica. Evidentemente, esas personas que pasan tantas horas con nuestros hijos e hijas pueden ayudar, guiar, pero la verdadera responsabilidad es de las familias que muy pocas veces se han acercado a un libro, casi nunca le han leído y mucho menos han tenido el tiempo o las ganas necesarias para inventar un cuento con los más pequeños de la casa sin entender que pueden llegar a formar parte no sólo de una diversión sino de su desarrollo intelectual.

Mientras sigan existiendo bibliotecas públicas, cada vez con menos fondos, profesores que se preocupen por transmitir a sus estudiantes cuantos mundos e ideas pueden descubrir en las páginas de un libro, familias que enseñen a sus hijos el amor por la cultura y la literatura en particular y  autodidactas o despistados que se acerquen intentando llenar su vida de otras experiencias e ideas que acaben por conformar el complicado mapa intelectual, habrá algo de esperanza para intentar construir una sociedad diferente en la que todos quepamos buscando la razón en los derechos y deberes de cada uno.

 

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