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No escribas, el mundo te pasa por encima

Por Juliano Oscar Ortiz , 18 diciembre, 2015

Desde siempre, se trata de teorizar sobre el porqué se escribe. Se escribe por necesidad espiritual, intelectual, comercial, o quizás el simple acto vanidoso de ser ante alguien.

Se dice que no hay hecho humano más mediato y menos ingenuo que el escribir, que la sola presencia del escritor ante la hoja en blanco significa el deseo de trascender. Una trascendencia signada por la referencia antiquísima de nuestros antepasados que traspasaron lo oral a lo escrito. Y en esa nueva forma de comunicación, de mediática representación, lo escrito se transforma en la identidad del escritor. El escritor es lo que escribe y se relaciona con el lector al hacerlo partícipe de ese juego que se crea entre los dos.

El escritor Primo Levi dice que se puede escribir entre otros motivos, porque se siente el impulso y la necesidad de hacerlo. El autor que escribe porque siente que algo o alguien se lo dicta no obra en pos de un fin: su trabajo podrá granjearle fama y gloria, pero serán un beneficio añadido, no conscientemente deseado: un subproducto en definitiva.

En todo escrito, hay un escritor, pero ¿Por qué? ¿Para qué nombrar? ¿Para qué contar? ¿Cuál es el deseo que impulsa a una persona a usar signos para que otros lo lean. “Por ser el masoquista que uno lleva dentro, aduce Wole Soyinka, por los arroyos y los torrentes de los libros leídos, cuenta Fernando Iwasaki, como forma de existencia, según Elvira Lindo. «Una manera de vivir», que dice Vargas Llosa parafraseando a Flaubert. Para sentirse vivo y muerto, proclama Fernando Royuela, igual que uno respira, suelta entre interrogaciones Carlos Fuentes. O para sobrevivir a ese fin, «a la necesaria muerte que me nombra cada día», testimonia Jorge Semprún.”

¿Qué llevó a Ana Frank a relatar su dolor en un diario?¿Qué misterio sembró la vida de Julio César para comentar su vida militar?

Flaubert, decía que escribir es una tortura, difícil en extremo, casi imposible y tiene caminos tortuosos e insospechados. El autor de Madame Bovary se encerraba horas y horas en su estudio a escribir y consideraba ese acto un momento sagrado en el que no se lo debía molestar para nada. Era obsesivo en este aspecto y su decisiva defensa del arte de escribir fue famosa ya en su tiempo.

En este mundo consumista, banal y apurado, parecería que el escribir es parte del pasado, una añoranza que pronto quedará bajo los efectos de la tecnología y la hiperactividad instantánea, un recuerdo en el que los seres humanos nos sumergíamos para ser, vaya paradoja, más humanos.

 

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