Portada » Cultura » Cine » Noé, de Darren Aronofsky

Noé, de Darren Aronofsky

Por José Luis Muñoz , 8 abril, 2014

noe_cartel_espanol¿Se puede mantener eso que llamamos autoría en una película espectáculo? Difícil, parece un oxímoron, pero como el agua vertida en aceite, que a veces cuaja en las salsas, aunque sólo sea por su evaporación, casos de haberlos haylos. No John Huston que dejaba a un lado la autoría en cuanto se ponía a rodar La Biblia o Evasión o victoria, por ejemplo, o William Wyller poniéndose detrás de la cámara de la impresionante Ben-Hur, pero hay otros que mantienen su autoría porque lo suyo, precisamente, es hacer cine espectáculo sin perderla, y ahí está Stanley Kubrick que rodó películas bélicas, terroríficas, péplums, de época o de ciencia-ficción sencillamente apabullantes y siendo siempre él mismo, entre otras cosas porque controlaba su obra de principio a fin, cosa que ya no es posible en el Hollywood actual desde que Michael Cimino rodara La puerta del cielo.

Darren Aronofsky es un autor que, paulatinamente, está dejando de serlo. Su filmografía está llena de películas notables del cine indiePi, Réquiem por un sueño y, hasta cierto punto, esa historia de perdedores patéticos que era El luchador—, pero llamó con éxito a la puerta grande de Hollywood con El cisne negro, puro Aronofsky de esencia morbosa, con la que estuvo nominado al óscar, que consiguió su protagonista principal Natalie Portman.

Encargarle un proyecto de gran presupuesto (100 millones de dólares) como Noé a Darren Aronofsky resultaba muy arriesgado, sobre todo para el director que corría el peligro, como a otros colegas salidos del cine independiente, que aparcara su talento y fuera fagocitados por la industria que los hace completamente suyos hasta convertirlos en directores rutinarios. Pero, curiosamente,  aunque no lo parezca, Noé es un proyecto personal de Aronofsky—soñaba con él desde hace 13 años—y prueba de ello es que también es el coguionista.

Hay entre los espectadores (yo me incluyo) una cierta nostalgia hacia el péplum que, de cuando en cuando, se sacia con el casi siempre eficaz Ridley Scott (Gladiator), y también con ese cine bíblico religioso que se pasaba por Semana Santa, un pack en el que entraban la antes citadas Ben-Hur y La Biblia junto con Los diez mandamientos, Rey de Reyes, Quo vadis?, La historia más grande jamás contada y Barrabás. Había que hacer Noé y se pensó en un director extraño para contar esa fábula del elegido del Señor—a Dios no se le ve ni se le oye en toda la película y se supone que es el profeta el que lo escucha en su interior—que construye un gigantesco barco de madera para llevarse a todas las criaturas vivas de la tierra excepto los perversos humanos. Una historia sacada de uno de los libros más violentos jamás escritos, el Antiguo Testamento de La Biblia, que protagoniza siempre un Dios brutal sediento de venganza que exige sacrificios sangrientos a sus fieles.

Hay en Noé dos películas claramente diferenciadas, por su calidad y  también por su intensidad narrativa. La primera parte es claramente mejorable, por decirlo suavemente. Por un instante el espectador no sabe si está viendo algún fragmento de La carretera, la versión cinematográfica de la novela de Cormac McCarthy, en un escenario apocalíptico Mad-Max por el que la familia Noé huye de la maldad de los hombres, o bien se trata de El señor de los anillos con toques de Transformer por culpa de esos lamentables gigantes de piedra mal animados que estorban en la película. En esa parte ni el más atento podrá ver alguno de los rasgos característicos de Aronofsky que da la sensación de que está aburrido o ausente de toda la parafernalia de movimientos de masas y efectos especiales.

Pero en la segunda parte, la claustrofóbica, con un Noé fanático dispuesto a seguir a rajatabla los mandatos del Señor, encerrado en el arca con su mujer, sus hijos, la pareja de uno de ellos y todos los animales de la creación convenientemente sedados, es cuando recuperamos algo al Aronofsky de antaño, y a ello ayuda la interpretación del proteico Russell Crowe, muy metido en su papel, y la intensidad de Jennifer Connelly con la que el director coincide después de Réquiem por un sueño. La secuencia en la que Noé y Naameh, que interpretan los dos actores, tienen un intenso cara a cara dentro del arca a costa de la promesa que ha hecho el primero de matar a sus nietos si nacen hembras, es una de las mejores de una película irregular que se presenta como película espectáculo, y ahí precisamente, en el espectáculo, con efectos especiales muy pobres y primarios—la entrada de los animales en el arca; la batalla entre humanos y gigantes de piedra diseñada única y exclusivamente para el 3D; el diluvio, nada que ver con el tsunami recreado en Lo imposible, por ejemplo—es donde falla, y también en el casting, especialmente en los jóvenes intérpretes Logan LermanDouglas Bouth y Leo McHug Carroll, que interpretan respectivamente a los hijos de Noé, Sem, Cam y Jafet, y Emma Watson, como la chica que adopta la familia, pero también los veteranos Anthony Hopkins, que encarna a un Matusalén patético que busca bayas por el suelo, y el histriónico Ray Winstone (Tubal Caín), el malo malísimo del film, que no están mejor.

De Noé me quedo con esos grandiosos planos aéreos del final, cuando baja el agua, rodados en espectaculares parajes de Islandia, y con una hermosa secuencia que Aronofsky resuelve de una forma brillante y muy plástica, encadenando bellísimas imágenes que recorren millones de años, cuando Noé cuenta a su familia encerrada en el arca la creación de la tierra y la llegada de la vida a ella.

No es Noé una película de autor, efectivamente, pero tampoco una película convencional, al menos en esa segunda parte muy superior a la primera. Pese al corsé que impone el ser una película destinada a un público mayoritariamente juvenil, que va al cine para divertirse, mascar palomitas y disfrutar del 3D, sobrevive en ella la mirada personal de ese director original que es Aronofsky.

Como finalmente hace Noé con Dios, desobedecerle, esperemos que el director de Réquiem por un sueño salga del redil de Hollywood y continúe ofreciéndonos buenas películas como buen rebelde que es. Con el diluvio universal ha naufragado a medias.

País: USA. Año: 2014. Duración: 138 minutos. Género: drama bíblico

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.