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Policías y jóvenes negros

Por Carlos Almira , 20 agosto, 2014

Hace ya tiempo describía Galbraith en su crítica al modelo del Capitalismo de Estados Unidos (“La sociedad opulenta”), cómo la sociedad norteamericana había llegado al absurdo de oponer lo público y lo privado hasta el extremo siguiente: alguien podía cruzar en su coche perfectamente acondicionado, con climatizador, música digital, etcétera, por cualquier barrio mal asfaltado, salpicado de desperdicios, con bloques de apartamentos ruinosos, parques abandonados, etcétera, como si fuera por otro país.USA
Hoy me ha venido a la mente esta imagen del economista norteamericano al escuchar las noticias sobre los “disturbios raciales” en Ferguson, a propósito de la muerte por seis disparos de bala de la policía de un joven negro, hace ya más de una semana. Por cierto, he escuchado que hay políticos del Partido Republicano que critican la actuación de esta policía (militarizada desde los atentados del 11 S.), como una prueba más de todos los males que encierra endémicamente lo público: la incapacidad de todo Estado, incluido el Estadounidense, para conciliar los intereses generales con la libertad individual, que básicamente es la libertad para hacerse rico y cumplir el sueño americano.
Es cierto, señores y señoras del Tea Party: El Estado es malo por naturaleza. Tan malo, que su policía que debería defendernos a todos, como ciudadanos, está ahí para vigilarnos y para sostener el desorden establecido. Pero es falso que la militarización (real) de esta policía, que se traduce en incompetencia, incivismo, gatillo fácil y falta de preparación de lo que debería ser un cuerpo civil, sea un ejemplo de la perversión endémica de lo público frente a las excelencias de lo privado. Precisamente una policía militarizada debe estar al servicio de los intereses privados, como un ejército de ocupación cuya función última no es proteger a los ciudadanos y hacer cumplir las leyes, iguales para todos, sino defender las reglas del juego, que nadie ha votado nunca, por las cuales se rige el sueño (la pesadilla) americano.
Hay que vigilar las calles; las tiendas; los bares; los centros comerciales; la propiedad privada; para que el señor que atraviesa en su coche con todas las comodidades por cualquier barrio negro o hispano, como por otro mundo, pueda realizar y vivir su sueño americano sin peligro. Y si ser joven y negro es una amenaza para el pacífico y sufrido conductor, para eso está la policía.
¡Ay, Obama, Obama, Obaaamaaa!


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