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Prometeo

Por Oscar M. Prieto , 20 octubre, 2017

En aquellos tiempos en los que los dioses andaban todavía de correrías por este mundo, sucedió que el titán Prometeo, considerado amigo de los hombres, quiso hacer engaño al todopoderoso Zeus. Al hacer el reparto de las partes de un buey sacrificado, ocultó la carne y las vísceras buenas dentro del estómago de la res y en otro montón reunió los huesos bien escondidos bajó capas de grasa. Como éste último era de apariencia más atractiva fue el que eligió el padre de los dioses, provocando su ira al verse burlado. Como castigo privó a los hombres del fuego, llevándoselo al Olimpo consigo. Hasta allí le siguió Prometeo y consiguió robar una minúscula centella que devolvió a los hombres, por lo que fue honrado como benefactor de la humanidad.

Los mitos servían para traer luz a lo que estaba oscuro y daban una explicación a lo que de otro modo permanecería inexplicable: el rayo, el fuego, el renacer de la vida cada primavera. Pero hay días en los que ni siquiera los mitos pueden hacernos comprender lo incomprensible. Son esos días en los que en Ferrol llueven pavesas ya cenizas, en el Bierzo huele a humo y en Benavides amanece un cielo ensangrentado, como señales, noticias de los terribles incendios que nos abrasan estos días.

Galicia arde, está ardiendo. El fuego devora bosques gallegos, bosques asturianos, leoneses, portugueses. El fuego no conoce de fronteras ni de autonomías. Devora, arrasa, destruye. No hay mito capaz de explicar la sinrazón de los malnacidos que provocan  infiernos. No hay mito para tanta maldad. ¿Por qué convertimos un regalo que tanto bien ha hecho por la civilización en un arma tan devastadora? Acaso los seres humanos no nos merezcamos tanto bien: el planeta que tenemos. Acaso, Zeus, “conocedor de inmortales designios” no nos privó del fuego por castigo, más bien porque conocía la maldad que tizna las almas de algunos despiadados. Porque no está en juego el planeta Tierra, lo que nos estamos cargando es la propia posibilidad de la existencia humana.

El cielo está de luto y hoy no hay ni ánimo para escribir. De la caja de Pandora escaparon todos los males y quedó encerrada la esperanza. La naturaleza, siempre generosa, nos dará otra oportunidad, pero no tengo esperanza en que sepamos aprovecharla.

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