Self-trolling
Por Silvia Pato , 23 julio, 2014
Somos seres humanos, y tenemos las mismas dudas, los mismos problemas emocionales y las mismas inseguridades que aquellos que antes nos precedieron; sin embargo, ahora manejamos una tecnología que propicia el incremento o la disminución de esas mismas dudas, problemas o inseguridades, según sea el uso que realicemos de ella.
Somos seres humanos, solo que en la actualidad poseemos otras herramientas que pueden potenciar tanto lo mejor como lo peor de nosotros mismos.
Todos hemos oído hablar del acoso por Internet (trolling), de los insultos, faltas de respeto y difamaciones que pueden difundirse e incrementarse a través del anonimato de la Red, así como de las amenazas y abusos cibernéticos que ni siquiera tienen por qué venir de desconocidos. Pero también existe otra problemática que no ha tenido tanto eco en los medios y que es igual de preocupante: hacerse daño a sí mismo digitalmente (cyber self-harm o self-trolling).
Todavía no se ha abordado ampliamente el problema. Uno de los pocos estudios realizados al respecto ha estado a cargo del Centro de Disminución de la Agresión de Massachusetts, en cuyos resultados quedó patente que el 9% de los estudiantes que habían formado parte de la muestra habían practicado self-trolling.
Estremece pensar en adolescentes que abren perfiles anónimos en redes sociales para hacerse daño a sí mismos, para insultar y menospreciar la identidad real que tienen en Internet, esperando que aquellos que les rodean, ya sea en la vida real o en la virtual, salgan en su defensa, los halaguen, los cuiden.
Esta nueva forma de autolesión que se ha generado, y ahora tiene su reflejo en el universo internauta, añade más dolor emocional a un problema emocional de origen, y se suma a la alarmante existencia de canales en plataformas de video como YouTube donde hay jóvenes que suben sus grabaciones autoinfligiéndose daño físico.
Tal grito de ayuda que pueden emitir algunas personas a través de sus pantallas, y no teniendo el valor de hacerlo en voz alta a aquellos que les rodean, muchas veces por vergüenza en una sociedad que no permite mostrar debilidad, y muchas otras por el miedo a la incomprensión absoluta del entorno, sobrecoge.
¿Qué estamos haciendo mal?
¿Qué está fallando en este mundo que se supone avanzado?
Desde luego, cuando surgen estos temas es muy fácil echarle la culpa a la tecnología. Ya saben: que si Internet es un peligro, que si habría que regular su uso, que los jóvenes no deberían de tener acceso… Esas respuestas son sencillas formas de evadir la responsabilidad de nuestras vidas; modos de ponerse una venda en los ojos para no afrontar la realidad de que este mundo tecnológico es el reflejo del mundo físico en el que vivimos.
Nosotros utilizamos la tecnología, que es ajena al concepto del bien y el mal, de lo moral o lo inmoral, de lo bondadoso o lo dañino, y hemos de evitar sucumbir a caer en esa escapada simplista por no tener el valor de echarle la culpa a esos posibles problemas que generamos como sociedad, problemas que determinada forma de vida incrementa y agudiza.
Deberíamos mirar más a los ojos a aquellos que nos rodean. Deberíamos recordar que nuestra mano siempre estará tendida para aquel que, con honestidad y reconocimiento de su sufrimiento y problema, pida ayuda, sin que tenga que acudir para hacerlo a sufrir a través de una pantalla táctil.
Deberíamos ser más humanos.
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