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Siria, la democracia y la tiranía

Por Ignacio González Barbero , 10 febrero, 2014

Por Cristóbal Vergara.

_siria_beb1b752Un tema de candente actualidad desde hace ya bastante tiempo es la guerra en Siria. Siria es un país desconocido para la mayoría de nosotros y aún más teniendo en cuenta las informaciones que a cuentagotas nos llegan. Cada día el noticiario nos dice una cosa diferente y pese a que ese país no está tan lejos como nuestras conciencias nos suelen hacer creer pensamos que es un lugar poco menos que de otro mundo. Además, estamos tan ocupados con el sufrimiento nuestro que no podemos hacernos cargo realmente del sufrimiento del pueblo sirio, esté del lado que esté. Es casi lógico y normal entender este argumento, pero merece la pena revisar someramente este asunto pues muchas veces las cosas que no son destacadas en la prensa son los verdaderos acontecimientos. ¿Sabemos la verdad sobre la cuestión siria?

Por otro lado, bien conocemos a Estados Unidos y toda su cultura. Somos conscientes de que Estados Unidos está en contra del gobierno de Bachar al-Assad. En su defecto, apoya a las fuerzas opositoras. La primer pregunta es: ¿quiénes son esas fuerzas? Muy pocos sabemos que Estados Unidos se muestra en realidad muy a favor de financiar terroristas y organizaciones que bien calificaríamos todos (y ellos los primeros) como propias del “eje del mal”, pese a que hoy día la expresión se nos antoje pasada de moda. Habiendo leído y reflexionado los diversos artículos sobre la financiación estadounidense de grupos claramente representantes de “al Qaeda” en plataformas de periodismo digital como la “Red Voltaire” (aquí se puede leer un perfecto ejemplo) nos encontramos que dentro del conflicto armado en Siria hemos de preguntarnos acerca del propio poder estadounidense y su estructura. ¿Cómo ha llegado el congreso estadounidense a realizar reuniones secretas para financiar grupos de oposición de clara orientación terrorista? ¿Es este el comportamiento de una verdadera democracia? Lo que yo planteo, entonces, es: ¿cómo un país que se autoproclama el “país de la libertad” acaba tomando decisiones propias de una tiranía? ¿O es que una democracia no es realmente preferible a una tiranía? Lo que no vemos quizás es la complejidad de lo que es y no es una tiranía y cuándo el poder político ha alcanzado límites de corrupción que exceden con mucho sus funciones. ¿Cómo un país va directamente en contra de los que pretendidamente son sus principios? Y mucho más grave aún: en contra de la voluntad ciudadana que ha elegido ese gobierno. Así pues, creo que podemos seleccionar textos de autores filosóficos clásicos para plantearnos esta problemática. ¿Se diferencian tanto unos regímenes políticos de otros? ¿Podemos afirmar que Arabia Saudí o Siria son estados despóticos y sostener, al mismo tiempo, que Estados Unidos y su manera de ejercer el poder siguen en el lado “recto” en cuanto a la manera democrática de concebir un Estado?

ARISTÓTELES

“[…] Es evidente, desde luego, que todos los regímenes que miran por el bien común son rectos, desde el punto de vista de lo absolutamente justo, y que cuantos atienden solo a lo particular de los gobernantes son erróneos y todos ellos desviaciones de los regímenes rectos, pues son despóticos y la ciudad es comunidad de los hombres libres.

[…] Puesto que régimen político y órgano de gobierno significan lo mismo, y órgano de gobierno es la parte soberana de las ciudades, necesariamente será soberano o un solo individuo, o unos pocos, o la mayoría; y cuando ese uno ese uno o la minoría, o la mayoría, gobiernan atendiendo al bien común, esos regímenes serán por necesidad rectos; y los que atienden al interés particular del individuo o de la minoría, o de la mayoría, desviaciones. Pues, o no hay que considerar ciudadanos a los que no participan, o deben tener participación en el beneficio.” (Política. Capítulos VI-VII)

PLATÓN

“-Por lo tanto, en realidad y aunque alguien no lo crea, el auténtico tirano resulta ser auténtico esclavo, sujeto a las mas bajas adulaciones y servidumbres, lisonjeador de los hombres más perversos, totalmente insatisfecho en sus deseos, falto de multitud de cosas y verdaderamente indigente si aprendemos a mirar en la totalidad de su alma; henchido de miedo durante toda su vida y lleno de sobresaltos y dolores si de veras se parece su disposición a la de la ciudad que gobierna. Y se parece, en efecto, ¿no es así?

– Y mucho – replicó.

– Sobre esto, aún hemos de adscribir a este hombre todas aquellas cosas de que antes hablábamos: le es forzoso ser, e incluso hacerse en mayor grado que antes por virtud de su mando, envidioso, desleal, injusto, falto de amigos, impío, albergador y sustentador de toda maldad y, por consecuencia de todo esto, infeliz en grado sumo; finalmente, ha de hacer iguales que él a todos los juicios que están a su lado.

– Nadie que esté en su juicio –contestó- dirá lo contrario.

– ¡Ea, pues! –dije yo-. Tú ahora, a manera de un juez que decide en último término, dictamina quién, a tu parecer, es el primero en felicidad, quien el segundo y así sucesivamente hasta los cinco que son: el hombre real, el timocrático, el oligárquico, el democrático y el tiránico.

– El juicio es fácil –dijo-; yo los juzgo como si fueran coros, por el orden en que han entrado en escena tanto en virtud y en maldad como en felicidad y su contrario. (La república. Libro IX)


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