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Spotlight.

Por Emilio Calle , 30 enero, 2016

Desde hace algunos años, algunos directores y guionistas (David Fincher, Tony Gilroy, George Clooney, entre otros) han ajustado su mirada para readaptar sus visiones, y lo han hecho tomando como referente el cine de los años setenta. Autores como Pakula o Lumet aportaron una lucidez libre por completo de manierismos o sujetas a las modas del momento. El suyo fue un cine directo, seco a veces, siempre arriesgado y muy comprometido con lo que contaba, y atento a la época que se vivía. Quizás el “Zodiac” de David Fincher sea la magnificación más reconocible de esa apuesta reivindicativa. Como en su tiempo lo fue “Todos los hombres del Presidente”, cuya genética parece recorrer todo el metraje de “Spolight”, película estrenada este viernes.
En 2002, el director de “The Boston Globe”, encargó a su mejor equipo de investigación (el grupo Spotligth que da título a la película) que siguieran la pista de un par de casos de pederastia que se había producido en algunas iglesias de Boston. Y tirando de ese ya de por sí inasible hilo (con la Iglesia toparon, no existen puertas abiertas), los periodistas no solo lograron colar algo de claridad en esa zona de oscurantismo medieval. La dinámica de la búsqueda cada vez mas sembrada de obstáculos de todo tipo les llevó a denunciar públicamente más de doscientos casos de abusos sexuales contra menores cometidos con el amparo y la complicidad del alto clero de la iglesia católica Norteamérica. Un escándalo que fue publicado en las primeras planas, un descenso al pavor que les llevó a ganar el premio Pulitzer tras dejar en algo más que perturbadora evidencia el daño que se había hecho a niños durante años sometidos con la peor de las impiedades pues, como dice uno de los personajes de la película, si tu sacerdote te pide algo, ¿cómo negárselo? ¿Cómo negarle algo al Dios en el que confías y al que dices que amas más que a tu propia vida?
Y esto, y nada más que esto, narra la película. Su director (y coguionista), Thomas McCarthy, se hace fuerte en el esquema con el que Pakula nos desafío en “Todos los hombres del Presidente”, ambas obras casi gemelas en su concepción pese a las muchas diferencias entre las historias narradas. Porque aquí no hay otra cosa que datos. Podemos subir paso a paso, junto a los protagonistas, los escalones resbaladizos de esta investigación. No ha ni una sola secuencia que no remita a ese empeño imposible. Todo son reuniones de trabajo, llamadas, entrevistas, repaso de datos, métodos de búsqueda. No hay apenas referencia a lo que puedan pensar o a dónde cómo puedan vivir los personajes. McCarthy se ciñe en todo momento al cada vez más aterrador alumbramiento de un escándalo apenas imaginado cuando se empezó a rascar en una herida mal curada. Y mucho menos, ni el director ni sus criaturas fílmicas, van dando lecciones de ética o de moral, ni se nos coloca a un lado u al otro de la dialéctica entre razón y la fe como escondite perfecto, ni se apuran las secuencias para dramatizarlas, o se utiliza, cual suele ser tan frecuente, en demasía la banda sonora (Howard Shore en un magnífico score poco perceptible pero ajustado a lo que vemos sin llegar siquiera a esbozar una melodía) para enfatizar la acción en áreas ajenas a la realidad que pretende retratar. Con un reparto que electriza desde el primer momento (y con un Mark Ruffalo que se atreve a ir un poco más allá en la caracterización de su personaje, y esperemos que por muchas nominaciones o premios que gane, no se condene a un actor tan excepcional a papeles de secundario por mucho que él los pueda convertir en protagonistas), la película no tiene un solo bache en todo el metraje. Como una buena columna periodística. Corta, contundente y sin pasearse por las ramas de nadie. Una impecable exégesis laica del periodismo como una de las fuerzas más poderosas que existen para que la verdad siempre esté donde podamos verla. Y un jarro de vitriolo sobre la jerarquía de una institución, la de la Iglesia Católica, que aun conociendo esa misma verdad, prefiere mirar para el otro lado, mientras las víctimas deben poner todas las mejillas que tengan.
Buen cine sobre periodismo. Grande por momentos.
O de ciencia ficción, porque cuesta pensar que aquí se pudiera producir una denuncia tan sobrecogedora sobre prácticas que escuchamos de vez en cuando en las noticias, y que no pasan de notas a pie de página en una historia no escrita, uno de cuyos capítulos más negros fue denunciado por periodistas, como se nos cuenta en «Spotlight». Ni políticos, ni fuerzas armadas, ni instituciones oficiales, ni organismos supuestamente dedicados en cuerpo y presupuesto a que estas cosas no sucedan, o que si suceden, se denuncien.
Nada de eso.  Fueron periodistas.
Y tan sólo con un bolígrafo y una libreta de notas, lograron arrodillar a los que suelen exigirnos que nos arrodillemos en su templo de secretos siempre excluyentes.


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