Suzanne
Por José Luis Muñoz , 11 noviembre, 2016
Cuando le dieron a Bob Dylan ese controvertido Premio Nobel, pensé que la Academia sueca quizá también se lo debía de haber dado a Leonard Cohen que no hace mucho estuvo entre nosotros recogiendo el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
Se nos ha muerto Leonard Cohen a los 82 años. Una muerte anunciada por él mismo. El extraordinario cantante canadiense de la voz profunda, que me estremece cada vez que lo escucho, forma parte del imaginario sentimental de muchas generaciones. Leonard Cohen entraba en mí por la noche, con alguien entre los brazos, a oscuras siempre o a la luz de las velas. Una voz balsámica que pulsaba mis cuerdas más sensibles. Leonard me ha acompañado en muchos de mis sueños de juventud, en la comuna de La Floresta, en esa primera casa cuya puerta abría con mi mujer en brazos, en sobremesas con amigos y con mi amiga del alma que también reverenciaba a ese autor mágico e irrepetible; su voz resonaba en la soledad de mi buhardilla del Valle de Arán mientras escribía Cazadores en la nieve, porque su canción Suzanne, una de las más hermosas piezas musicales que he oído, era la banda sonora de mi última novela que era, también, un homenaje musical a su persona, porque la voz de Cohen se entrelazaba, sin proponérmelo, entre mis palabras, el Cohen del desgarro emocional, y hasta la fantasmal protagonista de la novela se llama Susana, como la protagonista femenina de una de mis primeras novelas negras que he rescatado, Mala hierba, que tiene mucho que ver con la última, se llama Susy, y no es una casualidad.
Hay quien elige el momento de su muerte, decide que ya ha vivido suficiente, mira a su alrededor y descubre que sus seres queridos ya han marchado, que se ha quedado sin referentes, solo en el mundo y ya no tiene nada que decir. Leonard Cohen anticipó la suya meses atrás, cuando se despidió de forma muy emotiva de su amor de juventud Marianne: “Si extiendes tu mano creo que podrás tocar la mía”. Marianne toca ahora la mano de Leonard Cohen, entrelaza sus dedos con los del cantante y poeta, y el señor de voz grave resuena en mis oídos una vez más contándome la historia de la vagabunda Suzanne.
Y uno se pregunta inevitablemente, cuando alguien se va, cuántas novelas le quedan a uno por escribir, y esa frase no es mía sino de mi buen amigo Juan Madrid a quien abrazo con estas líneas.
Suzanne takes you down to her place near the river
You can hear the boats go by, you can spend the night forever
And you know that she’s half-crazy but that’s why you want to be there
And she feeds you tea and oranges that come all the way from China
And just when you mean to tell her that you have no love to give her
Then he gets you on her wavelength
And she lets the river answer that you’ve always been her lover…
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