Un hombre, un epitafio
Por Víctor F Correas , 26 marzo, 2014
«La concordia fue posible«, reza el epitafio de la tumba de Adolfo Suárez en la catedral de Ávila. Palabras que, pronunciadas sin pasión, resuenan graves y poderosas en la abovedada galería que la cobija. Esas palabras suenan tal cual pesan, y pesan mucho. La concordia, nada menos. Que pesa tanto como el silencio de Suárez, esa ausencia obligada de la vida aunque la vida lo mantuviera entre los vivos: pesa tanto como el ruido organizado en torno a su muerte. Ruido de recuerdos, de lágrimas de quienes lo apreciaron en vida y de los que reconocieron su esfuerzo y servicio a un país que, ingrato como siempre, sólo reconoce al final, con ruido; ruido de palabras, de discursos huecos, de elogios de cara a la galeria por parte de quienes han perdido el culo, los primeros oigan, en acudir a rendirle respeto una vez muerto. Así paga España. Por los siglos de los siglos.
«La vida fue piadosa con Suárez. Le quitó la conciencia para evitarle el sufrimiento de ver en manos de qué gente acabaría su obra». Arturo Pérez-Reverte no pudo estar más atinado el pasado domingo en su cuenta de Twitter tras conocerse el fatal desenlace. Suárez olvidó, sí. Y también fue olvidado. Y humillado. Y maltratado. Por eso la eternidad ha labrado esas palabras en su lápida. La concordia. Mejor resumen para su obra, imposible. Esa obra, un sistema con sus virtudes y defectos, que, ahora, tantos y tantos denigran día tras día. Sin vergüenza alguna. Si es que la tienen.
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