Un monólogo contra la homofobia
Por Fernando J. López , 28 diciembre, 2014
Hace unos meses el actor Álex García interpretaba este monólogo bajo la dirección de Luis Luque en el Maratón de Monólogos celebrado en Círculo de Bellas Artes. Un equipo de lujo para llevar a escena un texto en el que quise poner voz a uno de las decenas de ataques homófobos que se han multiplicado en nuestro país en el último año. Hoy, antes de terminar este 2014, he decidido compartirlo aquí con quienes habéis seguido esta columna desde su inicio, este espacio de reflexión a favor de la visibilidad, del respeto y de la igualdad. Un espacio en el que me gustaría no tener que volver a hablar jamás de realidades como la que se esconde bajo este texto -solo aparentemente- teatral.
Feliz y visible nuevo año a tod@s.
La última y nos vamos
En escena, un joven de unos veintipocos. Junto a él, una caja de cigarrillos. Y las ganas, inmensas e irrefrenables, de fumar…
MARIO.- Tenía que haberte pedido tu número. Y en vez de eso, en vez de preguntarte tu nombre y tu teléfono, que si la música está bien. Que si qué bebes. Que si vienes mucho por aquí. Una mierda de diálogo, la verdad, pero ni la hora ni las copas daban ya para más. ¿Fuiste tú o fui yo? Ni puta idea. Solo sé que al poco de llegar a ese último antro ya te tenía pegado a la cintura. Qué rápido eres, ¿no? Pero te daba igual. Tú ya estabas intentando arrancarme un muerdo –algo tienes de vampiro- que yo me resistía a darte. Que no, Cris, pues claro que me gusta. Pero paso de ponérselo tan fácil. Cris no entendía nada. Para ella, esos juegos son mariconadas –“dicho con cariño, Mario, entiéndeme”- y le pone enferma que yo los practique. “Por eso no te duran, porque sigues siendo un adolescente”. Y yo me río y le digo que sí. Que yo quiero seguir siendo Peter Pan y follarme a todos los capitanes Garfio que me apetezca. Nos reímos, como siempre que salimos juntos. A ella tampoco le duran los tíos mucho más que a mí, pero dice que en su caso es mala suerte. Que elige mal. No sé, a mí puede que me pase lo mismo. Menos contigo. Contigo sentí que, por primera vez en mucho tiempo, no me había equivocado. Besas bien, tío. Y te ríes. Te ríes porque te hace gracia que te lo diga. O porque ya lo sabes y no hace falta que yo diga nada. Cris también está ya con alguien. Debe de ser el único hetero del local, uno de esos tipos listos que se vienen hasta Chueca para ligarse a las amigas de los gays cuando nosotros estamos ocupados en la boca de otro. ¿Fumas? No, ya imaginaba. Muy sano y eso, ¿no? ¿Lo pones así en tu foto del Grindr? ¿Qué? No jodas, no me digas que no tienes perfil. Venga ya, que saco el móvil y lo compruebo… Déjame que lo saque… Venga, quita la mano. Suelta… Vale, vale, me rindo…¿Siempre besas así? No, nada. Es que me da miedo que puedas resultar adictivo… Ya estás otra vez con esa risa tuya…. ¿Por qué te hace tanta gracia lo que digo? Venga, sí, la última y nos vamos. Pero antes voy a fumarme uno. Anda, suelta. Ahora seguimos… No, tú tranquilo, que no me escapo. No soy tan gilipollas… Vuelves a reírte. Y Cris, que nos observa desde lejos, también. Noto cuándo le gustan los tíos con que me enrollo… Ya van unos cuantos, porque en estos tres años de universidad me he acostado con más hombres de los que no sé el nombre que lo contrario… No, Cris tampoco fuma. Lo ha dejado hace un par de meses y se miente creyendo que no recaerá más. A mí me da mucha pereza salir del bar, pedir que me pongan el maldito sello y fumar solo, pero –qué quieres que te diga- no aguanto más. Necesito un cigarro. ¿Fuego? Un tipo hipermusculado con camiseta a lo Querelle me acerca un mechero y confunde mi pregunta con una invitación. Se me insinúa con torpeza y trato de rechazarle sin ser hiriente. Es jodido no ser hiriente a las cinco de la mañana. Están a punto de cerrar el garito, así que me toca decidir si me voy o no contigo a casa. ¿Cómo coño te llamas? Ni siquiera te he preguntado eso. Solo tengo claro que sabes bien. Que besas bien. Que, si mi instinto no me falla, esta vez sí que he elegido bien… Bien. Bien. Bien… Hoy es la única palabra posible. Esta noche, sí, en esta noche –por fin- todo está bien. Por eso no escucho el primer grito. Porque estoy pensando en cómo va a ser despertar a tu lado mientras me alejo unos metros del local. El tipo de la puerta seguía dándome la brasa y he preferido acabarme el cigarro aquí, a solas, algo más lejos del antro al que voy a volver en solo unos minutos para pedirte que me lleves contigo. Pero el segundo maricón sí que lo oigo con claridad. Es una voz cargada de alcohol y viene de un coche que, de repente, se detiene. Alguien que se baja. Otro alguien que lo acompaña. Me hacen caer al suelo entre ambos mientras una tercera voz los jalea para que sigan golpeándome cada vez más fuerte. Tardan en aburrirse y, cuando lo hacen, suben de nuevo al coche. Que no, joder, que no recuerdo la marca ni el modelo… Un taxista me ve, avisa al Samur y acabo en una cama donde Cris es la primera en llegar. Después, la policía. Dos oficiales me toman declaración y, tras poner en duda lo que les cuento, me aconsejan que no vaya armando escándalo para no provocar. Os creéis que en la calle podéis hacer lo que os salga de las pelotas. Y no es así. Cris responde. La amenazan con una multa y mascullan algo mientras nos miran a los dos justo antes de salir de la habitación. Tú -¿cómo te llamarás?- no estás aquí. Porque habrás seguido en el bar hasta que te hayas cansado de esperarme. Seguro que, harto de todo, te has largado de allí con otro tío. Con el Querelle del mechero, por ejemplo, que estaba bastante bueno aunque fuera un poco baboso. Y mientras te lo tirabas habrás pensado que soy un cabrón más. Uno de esos que van por ahí calentando y nunca quieren nada en serio. Que jamás están dispuestos a arriesgar por nadie. Te has ido pensando que, una vez más, esta noche todo ha sido mentira. Y yo me tengo que tragar las ganas de decirte que no. Que todo ha sido real. Tan real que dudo que este recuerdo –el de ese nombre que jamás me dijiste- alguna vez deje de dolerme.
Fernando J. López
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