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Arriba el telón (¿Teatro, para qué?)

Por Anabel Sáiz , 22 abril, 2014
dmmalva. Las rosas

Las rosas. By dmmalva.

Desde la noche de los tiempos, el ser humano ha sentido la necesidad de refugiarse en otro, de desdoblarse, de fingir lo que no era o de ponerse una máscara; ha sentido la necesidad de representar una vida que no era la suya, pero que, tal vez, en el fluir de lo eterno, podría haberlo sido.  Incluir o fomentar el teatro en los centros escolares es un acierto, aunque tenga algunos detractores. Hay quien puede pensar que eso de representar obras, de realizar ensayos, de ir de aquí para allá, son excusas, cortinas de humo para perder tiempo y no ponerse con aquello que es importante: dar la clase, avanzar materia, llenar, llenar, siempre llenar.

Niños y jóvenes demuestran que se sienten cómodos no solo representando un papel, sino asistiendo de público porque, ojo, no nos olvidemos, sin público no habría representación. En ese sentido llegamos a una metáfora muy común: la clase es también una continua representación donde el profesorado actúa como sumo sacerdote y el alumnado como espectador pasivo. ¿Ha de ser así? Parece que no. Sin contradecir la idea de que un profesor es también un actor, hay que pensar que los alumnos deben formar parte de ese proceso de aprendizaje en el que están inmersos. No deben limitarse a contemplar o a reproducir. De ahí que, insistimos, el teatro pueda ayudarles a ser conscientes de sus propias capacidades y de sus miedos y, por qué no, limitaciones. Pero los miedos y las limitaciones se superan. Faltaría más.

Mi experiencia en el teatro va orientada más bien hacia el mundo de las emociones. Cuando ensayamos, cuando repartimos papeles, cuando nos oímos y oímos a los demás, cuando buscamos nuevas formas… aprendemos a compartir y a valorar el trabajo en equipo. Gracias al escenario, son muchos los alumnos que empiezan a perder el miedo a la timidez, que se dan cuenta de que no pasa nada por hablar, por escenificar. Gracias al teatro mis alumnos ganan en autoestima porque descubren que lo que hacen ayuda a los demás, permite al público disfrutar, sentirse mejor y ellos son los verdaderos artífices de este prodigio.

Nuestra idea es llevar las pequeñas piezas que ensayamos a los colegios. Así se logra una relación entre escuela e instituto que nunca debería haberse fragmentado. Los chicos mayores, de la ESO, llevan un cuento a los niños de educación infantil y se logra, no solo un servicio-aprendizaje, sino que todos se sientan parte de un mismo proyecto. Los pequeños porque ven a los mayores en escena (a sus hermanos, a veces, a conocidos…) y los mayores porque asisten, por fin, al prodigio de la vida en estado puro: las emociones infantiles los ponen en contacto con sus propias emociones. Y ya no tienen temor al ridículo. Y pueden rebuznar, aullar, hacer de cerdito o correr por el escenario en libertad porque han aprendido a sentirse bien.

Y estos son algunos de los valores el teatro escolar. Hay más, por supuesto. Nos queda la parte lingüística y competencial. Los actores en potencias aprenden a pronunciar mejor, a vocalizar, a gesticular y expresarse con propiedad. Aprenden, además, que, en su proceso madurativo, las emociones juegan un papel importante y hay que saber canalizarlas.

Bienvenido, pues, sea el teatro y todas aquellas disciplinas que nos permiten ser mejores personas.


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