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Una cura de humildad

Por Francisco Collado , 26 enero, 2019

 

De tarde en tarde, la naturaleza tiene el  detalle de recordarnos que somos una especie prescindible, errónea y olvidable. En medio de nuestras cuitas cotidianas, de los sueños de grandeza irrealizados. La naturaleza ignora por norma nuestros proyectos; a corto o largo plazo; y nos regala un hachazo que derrumba el árbol de nuestras entelequias. Nuestro absurdo orgullo de especie privilegiada, únicamente por ser bípedos y poseer dedos prensiles. Poco más nos diferencia, salvo el  engorro vital de tener conciencia de nosotros mismos. El obsequio llega en forma de catástrofe natural, holocausto bélico o invadiendo nuestros orgullosos cuerpos metrosexuales, sin permiso, enviando una tropa de bichitos microscópicos, que pueden masacrarnos aunque no sean visibles al ojo humano. Pertenecemos a una especie depredadora de si misma que nació con fecha de caducidad. Aunque olvidamos con frecuencia este pequeño detalle. Si un amanecer revelara que nuestro recuerdo había desaparecido del Planeta, nadie nos echaría de menos. Pero disminuiría el deterioro que ocasionamos en nuestro entorno y quizás, paradójicamente, el lugar sería mucho más humano al carecer de  humanos. Estas curas de humildad envían un mensaje que suele caer en saco roto. La biosfera nos da un toque de atención para que reflexionemos sobre nuestro destino como especie. Los enemigos que pueden acabar con nosotros, en ocasiones no están a la vista. No sienten. No piensan (cualidad compartida por bastantes miembros de nuestra especie). No vuelcan sus aspiraciones sobre futuros inciertos. No construyen castillos en el aire. Estos bichejos heredarán la tierra. Y nosotros que lo veamos.

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