Una novela negra
Por José Luis Muñoz , 1 julio, 2014
Corrupción y poder son dos palabras que van casi siempre juntas. Las leyes de la naturaleza. Al poder se llega muchas veces corrompiendo, el poder corrompe a quienes lo detentan y los corruptos compran el poder infinidad de veces para, con facilidad pasmosa, hacerse con el dinero del ciudadano de a pie, un toco mocho político económico que ya todo el mundo da por hecho. Los delincuentes que roban, como sabemos todos, son amigos de lo ajeno, es decir, de lo nuestro que confiamos con una ingenuidad pasmosa en la hacienda pública. O no. Lo importante, como en cualquier delito—hablamos de las cloacas del estado asumiendo que un estado debe tenerlas para violar leyes que él mismo impone—, es que no les pillen, a los corruptos y a los corruptores, que muchas veces nos olvidamos de esos últimos que son los que mueven el flujo del dinero. En Francia han pillado nada más ni nada menos que al expresidente de la República. En Francia podrá haber corrupción, como en todo el mundo, pero no inmunidad.
El porcentaje de delincuentes instalados en las cúpulas del poder mundial es muy elevado. Echemos un vistazo a todos los últimos presidentes del FMI: todos procesados. Siempre ha sido así. Para llegar arriba hay que pisar muchas cabezas y no tener alma. Algún ingenuo que no desconocía las reglas del juego ha sido tiroteado o decapitado. No es nada nuevo. La nobleza de los reyes no les venía de sangre, tan roja como la mía o la suya, sino de su capacidad de amedrantar, robar y asesinar—sí, les venía por la sangre ajena— a sus súbditos, de exprimirlos hasta sumirlos en la hambruna, de dejarlos tan inermes que luego, claro, los protegían del reyezuelo de al lado, tan bestia e inhumano como él. Hubo piratas que llegaron a ser almirantes.
La Mafia, como conjunción de política con delincuencia, sigue gobernando Italia, comprando presidentes—el beatífico Andreotti, ese meapilas de misa diaria que se llevó la Democracia Cristiana a la tumba, era de los suyos, y todos sabemos lo que es Berlusconi condenado a prestar servicios sociales en una residencia de ancianos—y liquidando a los que investigaron más de la cuenta como el juez Giovanni Falcone, un Baltazar Garzón que fue dinamitado con tramo de autopista incluido. La Cosa Nostra en EE.UU. tiene menor incidencia ahora porque se han convertido en pequeños delincuentes artesanales, gentucilla, al lado de los grandes capos que ocupan de cuando en cuando la Casa Blanca y diseñan guerras a la carta para lucro personal y de los que sufragaron sus campañas. Y te doy diez, pero tú me devuelves mil; el cómo es asunto tuyo. Lo que mataban esos matarifes que comían espaguetis en las películas de Ford Coppola y lo que robaban en los casinos, cuando eran suyos, es una minucia comparado con lo que matan y roban en pocos meses los políticos imperiales a la orden de los lobbies que son los que gobiernan. Política y delincuencia, otro binomio inseparable.
Les voy a contar una historia tenebrosa, una novela negra que, como todo relato de ese género, se basa en la realidad. S necesita fondos para sufragar su campaña que le lleve a la presidencia de su nación, porque ya sabemos que, salvo Podemos, los partidos suelen ganar las elecciones a base de dólares o euros para la parafernalia electoral. Un personaje turbio, G, presidente de otra nación por su propio dedo, se los presta de tapadillo, porque no es muy elegante que se sepa de dónde viene, y además de este modo piensa el ingenuo de G que dejará su condición de apestado, que así se gana la respetabilidad internacional, es un decir, claro, lo de respetabilidad. S gana las elecciones, pero no tiene ganas de devolver el dinero que le han prestado en, se supone, favores, y quiere silenciar para siempre al prestamista que puede convertirse en chantajista. Una insurrección popular contra ese político oscuro—pensemos mal, que estamos en ficción, y podemos hacerlo, así es que quizá orquestada por el propio S—le pone en bandeja la intervención militar en ese país para derrocar al siniestro personaje G—el que le ha dado la pasta, el amigo del alma, a cambio de no se sabe qué, para ganar las elecciones, pero en ese mundillo no hay amigos y se traiciona a la velocidad de la luz— que de ser bueno pasa a ser el demonio que siempre fue y S se convierte en adalid de la democracia, envía a sus aviones, como Al Capone enviaba a sus pistoleros artesanales, para liquidar a G. Cazas frente a revólveres del Calibre 38. Chicago años 30 frente a realpolitik. S se encarga de cazar a G y la turba acaba el trabajo y lo lincha.
Las novelas negras, al menos las que a mí me gustan y escribo de vez en cuando, no suelen tener un final feliz. A eso lo llamo yo realismo, porque la vida tampoco lo tiene. Está quizá sí. S, de momento, está detenido.
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