Yo soy Zapata
Por José Luis Muñoz , 16 junio, 2015
La derecha antidemocrática se resiste a dejar el poder, porque sus negocios van viento en popa cuando lo detentan, y le ha sentado como un tiro (no digo que les peguen un tiro, ojo, que ahora hay que hilar muy fino y cogérsela con papel de fumar) que la hayan desalojado de Madrid y Valencia, en donde mantenían un califato desde decenios con las dos ramificaciones más importantes de la trama Gürtel de este país. Juan Carlos Monedero ironizaba, en un artículo publicado en el diario Público, de que algo hemos ganado los demócratas de izquierdas porque ya que no dan un golpe de estado, pero veremos de aquí a las elecciones generales lo que pasa.
El monumental y desproporcionado escándalo que se ha montado con los tuits de hace cuatro años de Guillermo Zapata es la baza desesperada a la que se aferra esa derecha que no asume el veredicto de las urnas y ha pillado unos chistes entrecomillados, subrayo porque la cuestión no es baladí, “entrecomillados”, con los que el por un día concejal de cultura de Madrid, repitiéndolos, exploraba hasta dónde puede llegar el humor negro, y matizo, chistes con poca gracia, irrespetuosos e hirientes todos, repugnantes, los del Holocausto, los de Irene Villa, los de Marta del Castillo. Y Guillermo Zapata suscribe uno a uno esos calificativos míos y ha pedido perdón por repetir entrecomillados esos chistes, que no son suyos, a los que se hayan podido sentir heridos además de presentar la dimisión como concejal de cultura. Si vamos a prohibir los chistes, por políticamente incorrectos, pues prohibámoslos todos y volvamos a la censura.
En uno de los párrafos de una de mis novelas, “El mal absoluto”, un antiguo oficial nazi que ejerció como verdugo en Auschwitz y salió de rositas, tiene una conversación reveladora con una periodista en la que argumenta de forma bastante razonable sobre la necesidad de exterminar a seis millones de judíos y limpiar de esa raza inferior Alemania y la Europa que iban construyendo después de destruirla. A este paso, si alguna vez llegara a ser cargo público, cosa que descarto con lo que estoy viendo, algún imbécil (ya no puedo emplear la palabra subnormal en esta depuración del idioma que estamos sufriendo), sacaría esas frases de mi libro para tacharme de filonazi, como ya me sucedió con un crítico muy inteligente que me confundió con el protagonista de “Barcelona negra” y me tildó de facha violento y anticatalanista.
A Guillermo Zapata le está linchando la derecha más cerril de este país, la que no condena el franquismo, por ser hijo ideológico de él; mantiene rótulos anticonstitucionales en calles que homenajean a criminales de guerra antidemócratas y desprecia a las víctimas de la guerra civil, y lo hace por repetir, entrecomillados, chistes de gusto infame cuando no tenía ni la más remota idea de que alguien iba a confiar en él para darle un cargo público, y todos los medios de comunicación se echan en tromba contra él pidiendo poco menos que su suicidio o la lapidación pública, y una parte de la izquierda ha entrado al trapo y le sigue el juego dando una patética imagen de debilidad.
Zapata, sé fuerte. El presidente del gobierno envió ese mismo mensaje a un presunto delincuente cuando entraba en la cárcel, el que le daba sobres, y ahí sigue.
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