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Yonqui, de Paco Gómez Escribano

Por José Luis Muñoz , 20 abril, 2014

YonquiPaco Gómez Escribano (Madrid, 1966) es una persona polifacética. A su profesión de ingeniero técnico industrial, en la rama de electrónica, suma sus poesías, sus blogs, sus reseñas literarias en la revista Culturamas y su pasión por la música en grupos como Ochentatacos y Rock & Books, en el que toca junto a dos escritores en eventos literarios. Ha publicado dos novelas, El círculo alquímico (2011) y Al otro lado (2012), publicadas por la editorial Ledoira. Con Yonqui,  la primera de las novelas de la Trilogía de Canillejas, radiografía de un barrio marginal de Madrid, el suyo, da un viraje hacia la novela negra de la mano de la prestigiosa colección Cosecha Roja de la editorial vasca Erein.

El cine quinqui fue un género en sí mismo En los 80, sobre el cadáver caliente del dictador, brilló ese subgénero de corte social y fronterizo con el género negro que dio películas tan estimables como Deprisa, deprisa de Carlos Saura, Perros callejeros de José Antonio de la Loma y casi toda la filmografía del outsider Eloy de la Iglesia, muchas de ellas protagonizadas por verdaderos delincuentes que interpretaban ante la cámara su propia vida y la perdieron después de que las cámaras dejaran de enfocarlos. Y precisamente a ellos se refiere Paco Gómez Escribano en su novela, concretamente con el personaje del Mecánico, que acaba de actor bajo las órdenes de Adolfo, director gay y marido complaciente de Veva, que revive en la ficción lo que hace en la realidad como un Torete cualquiera. Pero ese cine que retrató con verismo toda una generación marginal, de rebeldes sin causa que crecieron  en los suburbios y de los que se olvidó la clase política, porque ni contaban ni votaban, no ha tenido su correlato literario hasta Las leyes de la frontera de Javier Cercas,  a la que se une Yonqui, la espléndida novela sobre ese mundo que nos ofrece Paco Gómez Escribano.

Se plantea el autor, al inicio de la narración, el punto de vista narrativo y, tras una serie de dudas, acierta y adopta el único posible para esta novela: será el Botas, un adolescente de dieciséis años, el antihéroe de esta epopeya suburbial, el que cuente al lector su historia con su propio lenguaje, que no es el cervantino, precisamente. Y sitúa al personaje en su entorno familiar del que difícilmente puede salir algo bueno: padre muerto por cirrosis —Mi padre murió de cirrosis, pero eso en el barrio no es noticia. Reventó en la bodega del Joaqui con una copa de Veterano en la mano y un pitillo de Rex en la otra—, madre alcohólica—Me fui a casa. No tenía ni puta idea de dónde podría estar mi vieja. Lo mismo se había fugao con el del butano—, hermano muerto por hepatitis C y hermana que se largó de esa familia desestructurada en cuanto tuvo uso de razón para irse a una comuna hippie.
La forma de ser del Botas, el protagonista y narrador omnisciente de Yonqui, queda bien patente desde las primeras líneas de la novela.
—Puta—le dije. Le escupí en todo el careto.
Como ven, soy un romántico.
El barrio de Canillejas, un submundo madrileño como puedan ser La Elipa o San Blas, con sus ratas más grandes que gatos, sus chabolas, los descampados poblados de jeringuillas despuntadas y la violencia que se cobra de cuando en cuando su tributo, es el microcosmos social en donde tienen lugar los hechos que Paco Gómez Escribano relata con un extraordinario verismo casi testimonial.
Muertos ya habíamos visto unos cuantos por allí, pero la verdad, el nota cosido a puñaladas encima del capó del coche y con la cabeza colgando porque alguien había creído conveniente rajarle el cuello impresionaba bastante, y más con un montón de moscas revoloteando sobre el cadáver.
La vida sexual del Botas se circunscribe a Charo, una medio novia que putea como la Orejuda o la Morritos para pagarse su adicción a las drogas, y a una relación venal con la cincuentona Veva, la mujer del director de cine Adolfo, que lo tiene como un mantenido y camello particular. Para mí era un chollo: ella pagaba toda la priva y la droga y encima estaba buena y tenía más vicio que una garrota.
El Botas y los suyos, el Porras, el Nani, el Pumby, el Conejo, el Mecánico, se dedican a dar palos dentro y fuera del barrio para alimentar su adicción politoxicómana—Tiré de la cadena y me metí en la ducha, después de chutarme, claro. Lo primero es lo primero—, roban coches que luego queman o despeñan, atracan a taxistas, cometen pequeños atracos, delinquen, generalmente, más por diversión que por necesidad, ya que dar palos les proporciona un buen chute de adrenalina.  
Acierta Paco Gómez Escribano en el naturalismo de sus descripciones físicas—El Charli era un nota bajito y regordete. Tenía una frente que anunciaba que a su pelo le quedaban dos telediarios. Siempre sonreía, pero su sonrisa era como la de un cochinillo—en retratar, a pesar de que lo haga a través de la mirada de un enganchado a las drogas como el Botas, alguien que puede contarse las costillas bajo la piel cuando se ducha, el horror de las drogas—Lo último que recuerdo es que fui al váter a cagar. Y a la mañana siguiente me desperté sentado en la taza. Con un mono considerable y con las piernas dormidas. No podía levantarme. Estaba jodido.
Ni cambiando de ciudad, como cuando el Botas coge un tren y se planta en Santiago de Compostela, puede escapar  de su destino. Yo no sabía que no se puede huir de uno mismo, y que el barrio se lleva metido hasta en los huesos.
Maneja el autor de Yonqui con soltura la jerga de la fauna humana que retrata: farlopa, trigre, keli, agua, jaco, perico, madera… Al llegar a mi keli me di unos golpes de Novopren y me puse a flipar por la ventana echando un truja. Luego me hice un peta y me abrí una birra.
En el barrio, el universo de Yonqui, que no es un personaje más de la novela sino uno de los más importantes, porque determina la forma de vida de los que malviven en él, también hay leyes internas y quien las traspasa sufre sus consecuencias de forma muy drástica, porque no hay piedad para según que faltas, para la violación, por ejemplo. Dejé que sufriera un poco, no quería que muriera sin enterarse del porqué y del por quién. Pero tampoco era cuestión de estar allí mucho tiempo. La peña ya habría oído los dos tiros. Me acerqué y le volé el puto cabezón. Se me llenó la cara y el pecho de sesos y de sangre.
Yonqui es una novela dura y realista que deja un reguero de destrucción y muerte en cada uno de sus renglones, pero sabe Paco Gómez Escribano paliar con buenas dosis de ironía y humor los sucesos terribles que narra y, ahí lo difícil, dotar de una cierta ternura a sus poco ejemplares personajes que se expresan con voz gangosa y se drogan para aguantar la miseria y el desarraigo en el que malviven, con los que el lector llega a simpatizar a pesar de la forma de vida que llevan. Es el amor hacia un personaje femenino fuerte y bien dibujado, que aparece en el último tercio de la novela, como el de Lola, y la música (el Botas descubre unas dotes musicales innatas y entra a formar parte de 1001 TIRO) los que redimen y dan oxígeno al antihéroe protagonista de esta novela singular que relata una guerra contra una droga que mata.
Fueron los tiempos en que la gente de mi generación, que no habíamos ido a ninguna guerra, empezaron a caer como moscas por el puto caballo. ¿Fue una guerra casual o estuvo planificada?
Yonqui, novela sobre marginalidad, delincuencia y politoxicómanos, engancha, valga el término, gracias a la maestría literaria de Paco Gómez Escribano que no deja un momento de respiro al lector lanzándole por el tobogán de la acción, unas dotes para crear personajes de carne y hueso que parecen extraídos de la realidad y un buen oído para los diálogos.
Notable alto para Paco Gómez Escribano por esta espléndida novela negra. Que siga en esta línea.
Título: Yonqui
Autor: Paco Gómez Escribano
Género: negro
Editorial: Erein
ISBN: 978-84-9746-891-6
Páginas: 299
Precio: 16,80 €

 

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