Varsovia: de entre las ruinas
Por José Luis Muñoz , 1 noviembre, 2014
Cuatro horas de avión hacia el norte hace que las temperaturas se desplomen nada menos que 30 grados. El aeropuerto de Varsovia me recibe con niebla y frío. El termómetro no sube de dos grados mientras un autobús interurbano me lleva hacia el centro de la ciudad por un ambiente desolado y brumoso que anima a tomar una taza de chocolate caliente o refugiarse en una sala de cine.
Hago una visita relámpago a una capital de un país que fue tierra de reparto y objeto de invasiones, las horas que median entre mi aterrizaje en el aeropuerto y mi subida a un tren que me llevará a Cracovia a las seis de la tarde. No puedo, mientras el autobús recorre un parque interminable, uno de los 82 que tiene la ciudad, y desaliñado, hay que decirlo, con parterres de escasa hierba y cubiertos de hojas otoñales, las sucesivas invasiones que Polonia sufrió por parte de Alemania y Rusia, las barbaridades que unos y otros hicieron con los polacos y la poca simpatía que estos sintieron por lo judíos. Varsovia me suena a gueto, a El pianista de Roman Polanski, que, por cierto está en la ciudad y sobre el que todavía sobrevuela esa absurda orden de extradición a Estados Unidos, a Andrej Wajda y su película Katryn sobre la infame matanza de toda la oficialidad del ejército polaco por parte de la URSS y los progroms judíos.
Los nazis odiaban a los judíos, pero hay que decir que también los polacos. De 1526 data la primera ordenanza contra ellos que son expulsados del centro de la ciudad y relegados a las afueras, pero las medidas contra ellos se suavizaron cuando el rey fundador de Varsovia, Segismundo III Vasa que trasladó su corte de Cracovia en 1596, se enamoró de una judía. Varsovia fue arrasada literalmente durante la segunda guerra mundial dentro de esas brutales campañas que buscaban aterrorizar a la población, y fue reconstruida milimétricamente, como otras ciudades, gracias a los testimonios gráficos después de perder casi el 80 % de sus edificaciones. El alzamiento del gueto de Varsovia contra los invasores nazis, aplastado de forma brutal, fue observado por los ojos impávidos de los soviéticos que estaban asentados en una colina y no hicieron nada por evitarlo. La odiosa geopolítica de Stalin, otro de los monstruos que nos ha dado la historia. Los judíos, que eran el 30% de la población total, fueron exterminados. Pero ya en el siglo XVI los pobres de Varsovia se alzaron contra los ricos y perdieron. Tampoco se llevaban muy bien los varsovianos con los rusos hasta el punto que demolieron la iglesia ortodoxa de Alexander Nevsky.
Sus algo más de millón setecientos mil habitantes, que se asientan a ambos lados del Vístula que divide la ciudad en don, distan mucho de los 4500 que eran a principios del siglo XV. Varsovia suena también a pacto, a tratado. Los países del Telón de Acero firmaron una alianza económico militar en la capital de Europa y pasaron a denominarse los países del Pacto de Varsovia. Alemania y Polonia establecieron sus fronteras definitivas con el tratado de Varsovia.
La amplia avenida que tomo desde la estación de tren bordea el enorme edificio de las telecomunicaciones enclavado en otro parque, éste más cuidado, y me lleva a la arteria principal que se adentra en el barrio antiguo.
Mientras atisba uno los lujosos comercios que festonan la calle, cuyas aceras aparecen ornadas por macetas de flores amarillas, la sucesión de elegantes cafeterías y restaurantes, los impecables edificios de fachadas nobles, uno se pregunta si el euro no fue una trampa para el sur de Europa puesto que Polonia no lo adopta y su economía parece que vaya bien.
La avenida Jerozolimskie, surcada por tranvías amarillos de dos vagones, me lleva a la rotonda Charles De Gaulle y de allí parte la calle Nowy Swiat que luego se convierte en Krakowskie y lleva a la plaza Lyterature tras dejar atrás el impresionante palacio presidencia, guardado por leones de piedra y soldados polacos en uniforme de gala a los que un Gary Cooper de Solo ante el peligro con el nombre de Solidarnosc, el sindicato de Lech Walesa que fue tan crucial para el desmantelamiento del Telón de Acero como el papa Wotjila, impreso en un enorme cartel observa.
En la plaza Zamkowy levanta sus muros de ladrillo el edificio cuadrangular del palacio real del rey Zygmunta III, de estilo manierista. La calle Swietojanska bordea la extraña fachada de ladrillo triangular de la basílica catedral de San Juan Bautista que comparte pared con la Iglesia de la Madre de Dios antes de desembocar en la plaza del Centro en cuyo centro una sirena de bronce, icono de la ciudad, esgrime una espada. Entre los edificios nobles y de igual altura que cierran la plaza está el museo de literatura y el de historia de la ciudad. También hay una cafetería vacía y decorada con exquisitez en la que entro a calentarme, pedir un café con leche y una porción de tarta de queso que me sirven con nata abundante y mermelada de arándanos. Los varsovianos combaten los largos inviernos en esas hermosas, cálidas y acogedoras cafeterías que les compensan de la ausencia de sol.
La calle Nowowiejska conduce directamente a la barbacana y desde allí, por el paseo Podwale se bordea la doble muralla que cierra el pequeño centro histórico de la capital de Polonia. ¿Ladrillo y no piedra?, se pregunta uno, ante la duda de que sea eficaz una muralla de ese material ante la embestida de los cañones. Polonia es tan llana que no tiene montañas en su territorio, y esa es la simple razón por la que las iglesias, palacios y murallas sean de ladrillo y no de piedra.
La niebla se espesa y el frío arrecia metiéndose por debajo de la ropa. Falta media hora para las seis pero el sol hace tiempo que migró y el cielo gris plomizo se va oscureciendo cada vez más mientras se encienden las iluminaciones de los regios edificios, como el impresionante hotel Bristol, una especie de Palace madrileño o Ritz barcelonés, que me acompañan en el viaje de vuelta a la estación de tren de Varsovia en cuyo subterráneo me refugió hasta que arribe el tren por un andén que no debe y que no pierdo porque una amable muchacha polaca, que sabe perfectamente español, me indica que el que me llevará a Cracovia me espera en el andén 4 y no en el 3.
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