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El Mundial de Brasil

Por Juan Luis Corpas , 12 julio, 2014

Según la Secretaría de Seguridad para Grandes Eventos (Sesge) del Ministerio de Justicia de Brasil, hasta el 10 de julio se han producido 209 protestas, y solo 18 de ellas se han calificado como violentas. Esta ola de disturbios tiene un precedente en las protestas con ocasión de la celebración de la Copa Confederaciones, donde se produjo la subida de 20 céntimos en el transporte público. Teniendo en cuenta que es de dominio público los 11.000 millones de dólares invertidos para el Mundial, probablemente Sesge debería actualizar sus cifras.

Tras la derrota sufrida por Brasil en el partido contra Alemania (7-1), hubo incendios, saqueos, quema de transportes públicos…, y lo que es más grave, la muerte del periodista argentino Jorge López, el cual iba en un taxi que fue golpeado por otro coche conducido por delincuentes que huían de la policía. Parece que algo más profundo que el gasto se juega en el Mundial de Brasil. Según un sondeo de la consultora Pew Research, aproximadamente el 60% de los encuestados consideraba que el Mundial era malo para Brasil. Y, según Ronaldo George Helal, doctor en Sociología, en un pais donde el fútbol ha sido amado durante décadas, éste ya no cuenta con el cariño del pasado. La enorme cantidad de jugadores brasileños afincados en Europa ha provocado que los hinchas alienten solo a sus equipos y no a la selección, lo cual estaría emparentado con el declive de los Estados-nación. Según Helal, en el mundial del 50, celebrado en Brasil, la derrota fue vista como el fracaso de un proyecto nacional, y la victoria del 70, celebrado en México, el triunfo, también, de un proyecto nacional. Hoy, la derrota o la victoria solo se concebiría, al decir de Helal, como un triunfo o un fracaso exclusivamente futbolísitico. No obstante, la derrota contra Alemania quizá esté diciendo lo contrario. Sin entrar en más pormenores, lo que es claro es que el fútbol es un excelente termómetro político que indica lo que viene sucediendo desde hace bastante tiempo: no es tanto el declive de la polis, sino la residencia en una pseudopolis; no es tanto el fracaso de un proyecto nacional como su ausencia. Se trata, básicamente, de la pérdida del civismo y la banalización de la política, es decir, de lo que es de todos.

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