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Cadáveres exquisitos leyendo el mundo

Por Galo Abrain Navarro , 21 noviembre, 2018

He visto adinerados banqueros de buena familia hablar de una sociedad de perdedores.

He visto niños de papa con trabajos de nacimiento en empresas, o bufetes, llamando “ninis” a parados jóvenes.

He visto  vagabundos estropeados por la vida decir “Fue mi culpa, no debí hacerle caso al banco”.

He visto jóvenes aguiluchos lucir los colores de un antiguo país en el pecho, yendo cada noche a las discotecas y esnifando cocaína al ritmo latino de culos fogosos.

He visto viejas arrugadas que gatearon por las costas de Inglaterra arrastrando abortos de juventud, rezar por la vida nonata en su tierra.

He visto enviados de cristo soñar despiertos con la persecución bíblica de la homosexualidad, mientras palpaban monaguillos en las oscuras esquinas de las sacristías.

He visto obreros de martillo y oxidada oz arrodillarse frente a la grandilocuencia del adinerado empresario conservador.

He visto paladines de la información mintiendo al grito de su sagrada posverdad.

He visto mujeres con salarios que lamen los pies de un igual paquetón cobrando el doble, aseverar que el feminismo es la desigualdad que no representa el igualitarismo.

He visto hembras jóvenes, frescas, de tersas carnes prietas y apetitosas para las hienas decir “Si no gritó más, será porque le gustaba. Solo quiere la pasta.”

He visto lozanos machos en barbecho gritando “¡PUTA!” a una desconocida por la calle, por no esnifar con pasión sus cumplidos de gorrino montañés.

He visto avanzados tipos peludos y cagones maltratar a sus mujeres, porque no los miraban con el miedo del esclavo.

He visto antiguas vírgenes concubinas de la paz vestidas con mantos de guerra y odio.

He visto árabes insultando a amarillos, amarillos insultando a negros, negros insultando latinoamericanos y blancos insultando a todos ellos, poseídos por la pureza de la piel.

He visto borrachos tristes por beber, drogados ocasionales asustados por relucir sus pecados y masturbadores compulsivos temerosos de exponer sus historiales de placer onanista.

He visto cansados partelomos enorgullecerse por trabajar horas extras autoimpuestas empapados en Prozac y ansiolíticos.

He visto al Gran Hermano desfilando por el brillo de los ojos de todos aquellos que pasan sus vidas exponiendo su imagen, obsesionados con una pantalla hacía una líquida realidad.

He visto el reflejo de este mundo. Al diablo hincando sus dientes en dos tubos. El malnacido ha eyaculado su ponzoña a través de los colmillos llenándolos hasta la mitad. Luego, ha tenido la desfachatez de obligarme a tragarlo. Me han dado arcadas. Mi estómago se ha ahogado como un forajido tras arrasar un burdel. Era un potingue ácido, como zumo de limón con leche caducada. Tengo las tripas revueltas, la boca ardiendo y creo que el intestino me suplicará mudar la piel en un par de días.

Es otra forma de enfrentar la profunda podredumbre que albergan los entresijos de nuestra reluciente sociedad esquizofrénica. Krishnamurti dijo “Estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma no es una buena forma de medir la salud”. Sometidos al dolor, al trabajo, a la merma paulatina de nuestra salud mental y física. Tragar el veneno del individualismo más plural, de la diferencia que te convierte en lo más parecido posible al que tienes a tu lado en el asiento del metro o el tranvía. Descubrirse requiere un gasto de energía mayor que el que exige moldearse a imagen y semejanza de la sociedad que te rodea. Al fin y al cabo, nos han educado toda la vida para ello. Vivimos empachados de comodidades materiales. Nunca antes habíamos estado tan alimentados en años y herramientas para hacer de nuestro día a día una existencia más adaptada a nuestros deseos y, sin embargo, lejos de la desprogramación que nos acerque al silencio de nuestra conciencia profunda. Somos seres potencialmente obsesivos. Obsesionados con el dinero, con el poder, con el sexo, con la alteración de nuestra conciencia comprándola con baratijas innecesarias y químicos diseñados para catalizar el germen de la viciosa dependencia. Violentos primates soñando con pasearse trajeados y cabizaltos frente los desnutridos simios que han tejido la ropa que lucimos.  Describir el mundo con poesía es el peligro de los locos, buscadores del oro de lo oculto. Por eso he visto al diablo rascándome la espalada para que trague el veneno de sus colmillos, y a un pequeño engendro oscuro, con olor a tabaco y whisky, que me susurra:

En esta sórdida era

todo cuanto es inalcanzable

reside en pensar en silencio.

Todo chilla,

todo grita

y se altera sin remedio.

Pensar en silencio

mientras la vida se deshuesa el pellejo al rededor.

No hay remedio.

Pensar, pensar en silencio.

Ahí termina el juego. En el ruido de la enfermedad. En el pavoroso silencio de ver lo que he visto, sin sudar la fiebre que me rodea. No se me ocurre mejor forma de dibujar cuanto tengo alrededor que tirando de surrealismo. Pues en un mundo tan absolutamente surrealista como este, explicar las cosas de otra forma sería un desafortunado intento de alcanzar una verdad que siempre puede relativizarse. Es por eso por lo que restregarse por lo abstracto, tal vez, sea la mejor forma de acercarse a definir con exactitud las formas que alimentan nuestras vidas.

“Yo… he visto cosas que no creeríais… Todos esos momentos se perderán… en el tiempo… como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.” Roy Batty.

 

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