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Cosas de nuestros días

Por Agustín Ramírez , 2 marzo, 2014

Al inicio de los años 80 del pasado siglo, hace 30 años, cuando se discutía sobre la nueva ley de divorcio en España, uno de los argumentos más poderosos a favor de la misma era que su existencia no significaba su imposición a nadie. Con una ley de divorcio un matrimonio se podía separar pero ello no significaba que todo matrimonio tuviera que separarse; la oposición a dicha ley, sin embargo, sí implicaba que aunque alguien se quisiera separar no podía hacerlo. Había una imposición; la ley significaba que, fuera cual fuese el pensamiento de las personas, su existencia permitía seguir con la convivencia o con la ruptura matrimonial, según ideas y circunstancias.

Pues bien, algo semejante, pero justamente al contrario, ocurre con la ley del aborto. Ya existe una ley que regula la interrupción voluntaria del embarazo, su existencia permite que quien lo crea oportuno, ajustándose a unas condiciones determinadas, pueda practicarlo y solo están a favor de su modificación y de un modo muy restrictivo, quienes quieren imponer su pensamiento a todos los demás; ahora bien cuentan con el beneplácito del gobierno actual que con esta nueva ley más la de “Protección de la Seguridad Ciudadana” no hace sino instalarse en la intolerancia y hacer guiños a los sectores sociales más ultramontanos, para no perder su apoyo electoral. Igual les da que una buena parte de la sociedad esté en contra, según reflejan las diferentes encuestas sociológicas, o que, incluso, el Consejo General del Poder Judicial considere que varios artículos del anteproyecto de ley de  Protección de la Seguridad Ciudadana deban ser suprimidos, su objetivo es hacer de España una sociedad más intransigente para que sus electores más cercanos a la extrema derecha estén satisfechos, Conferencia Episcopal incluida.

De lo anterior se desprende que cuando algo no es necesario modificar, este gobierno lo modifica en aras de la defensa de los intereses de a quienes representa; ahora bien, cuando hay campos donde es necesario tomar medidas, emerge la figura de un gobierno, que a imagen y semejanza de su presidente, se convierte en piedra y no tiene el menor atisbo de intentar hacer algo por arreglar los problemas.

Cataluña: es evidente que hay una serie de demandas cívicas en aras de un reconocimiento mayor o diferente de su singularidad política nacional; los resultados electorales y las manifestaciones en la calle así lo manifiestan. Y ¿qué medidas toma el gobierno? Enrocarse en la defensa numantina de una Constitución considerada como las intocables tablas de la ley, defensa que no arguyeron en cuanto los poderes reales les exigieron una modificación, haciéndola con rapidez, nocturnidad y alevosía, amen de con el consenso del principal partido de la oposición e hipotecando el futuro de España para las generaciones venideras. Como, por otra parte, no pueden argumentar que ese debate soberanista es una tapadera propicia para que los catalanes estén más entretenidos con esa discusión frente a un enemigo exterior, dado que las políticas económicas y sociales que defienden son las mismas, desgraciadamente, su falta de argumentos solo les permite quedarse en el inmovilismo ramplón que estamos viviendo.

ETA: frente a los pasos que se están dando de manera continua y, quizás, exasperadamente lenta en la línea de abandono de las armas, el gobierno sigue inmóvil ante la situación y declara que solo tiene que esperar a que la banda armada anuncie su disolución y entregue las armas. ¿Quién es el estratega ideológico que ha impuesto la tesis de que solo vale la idea de que llegue el día en el que los etarras arrepentidos llamen a la puerta del gobierno, descarguen su arsenal de armas y se entreguen, con las manos por delante para ser esposados, a la policía? Solo puedo suponer que esa tesis  la defienda un absoluto ignorante o un malvado mal intencionado. La Historia demuestra, y en los discursos así lo proclaman, que solo la altura de miras para ver el horizonte lejano y la generosidad del vencedor han sido los pasos que han conducido al final de los conflictos, sin olvidar que siempre quedan brasas a las que conviene les llegue poco aire. ¡Cuánto alabaron a Mandela tras su muerte reciente y que poco aprendieron de su trabajo político ¡ Lástima.

Frente a este inmovilismo antes citado, y escuchando los mensajes del reciente debate sobre el Estado de la Nación, uno puede pensar que está confundido. Se oye hablar al gobierno y uno acaba cansado de pensar en la cantidad de reformas que dicen que han hecho; pero lo peor es que es verdad que las han hecho y que sus resultados ya se empiezan a ver. Pero si uno las analizara detenidamente se da cuenta de que solo han servido para deteriorar a España, entendida ésta como el conjunto de personas que en ella viven, a saber: ha aumentado el desempleo, han bajado los salarios, los trabajos que se crean cada vez son de menor calidad, la sanidad está en pie de guerra y resolviendo los tribunales en contra de sus reformas, la educación – tanto la primaria, como la secundaria, como la universitaria- en permanente conflicto porque las medidas afectan no solo a su calidad sino, incluso, a su acceso, salvo que los billetes no falten en la familia. Un resumen gráfico de todo ello es que en las manifestaciones ciudadanas, las llamadas “mareas” están acabando con las gamas de colores de tantas que hay, tantas como sectores en conflicto. Sin embargo uno oye al gobierno y adláteres y todo son noticias positivas aunque prudentes: que si el menor crecimiento del paro, que si la bajada de la prima de riesgo, que si el futuro crecimiento del PIB -¿recuerdan ustedes que hubo un tiempo cercano en el que se decía que solo con crecimientos del PIB por encima del 2% o 2,5% se podría crear empleo?. Pues bien hoy ya se nos dice que España va a conseguir que con crecimientos moderados, mucho menores de los citados, ya se cree empleo. ¡Tal es el deterioro del mismo que nos ha traído la reforma laboral!

Señores del gobierno, y muchos señores de la oposición: abandonen las moquetas, pisen las calles, mánchense las suelas de los zapatos, conozcan el mundo real y si no les da vergüenza la situación a la que nos están llevando es que no son dignos de estar en los puestos que hoy ocupan.


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