El drama de Israel y Palestina
Por Carlos Almira , 16 julio, 2014
La guerra entre el Estado de Israel y Palestina (Hamás) se ha recrudecido desde hace algo más de una semana. Las circunstancias son ya conocidas (viejas conocidas): el odio mutuo; el desprecio; la escalada verbal y militar a partir del asesinato puntual, en este caso de dos adolescentes judíos y uno palestino, a manos de las respectivas organizaciones extremistas; por último, la impresionante desigualdad de fuerzas, bien enfatizada por los medios, que lejos de frenar el conflicto parece alimentarlo. El más fuerte debería ser también el más responsable, pero no es necesariamente el peor.
También se ha analizado, desde que se creara el Estado de Israel, con más o menos acierto y rigor, la esencia del mismo y su dinámica y su papel en esta zona convulsa: Estado avanzadilla o centinela del neocolonialismo occidental, dirían algunos; de la democracia y la civilización, dirían otros. Sea como fuere, resulta curioso el paralelismo en las formas (en circunstancias ciertamente extraordinarias, como el Holocausto y el hundimiento del régimen nazi que lo propició) con otros modelos de expansión colonial más antiguos, como el auspiciado en la India de los Mongoles por los intereses de la Compañía Británica de las Indias Orientales: así, es sabido cómo desde el siglo XIX particulares judíos, fundamentalmente europeos, iniciaron un proceso de compras de tierras a particulares árabes en Palestina, primero aún bajo el dominio turco y enseguida bajo el del Imperio Británico (cuyas autoridades, por cierto, se apresurarían a abandonar la región, en un ejercicio de dejación de responsabilidades, en pleno proceso de descolonización recién terminada
Guerra en Palestina
la Segunda Guerra Mundial).
¿Hace falta decir que la miseria moral del régimen nazi y su violencia asesina contra los judíos y otras minorías no sirve ya para justificar la violencia criminal del Estado de Israel, del mismo modo que la pobreza material y militar de las organizaciones palestinas tampoco sirve ya para justificar los asesinatos, atentados, etcétera, propiciados por éstas, con sus modestos medios, contra la población hebrea? Los nazis y sus cómplices, si cabe más siniestros aún, no asesinaban a los judíos porque estos fuesen criminales sino porque lo eran ellos; del mismo modo, si Hamás y otras organizaciones no aniquilan a decenas de judíos inocentes, como hacían aquéllos, no es porque sean moralmente superiores sino porque carecen de medios militares. Pero la gente necesita espectáculo, y aquí como en un partido de fútbol debe haber un guion con buenos y malos. Los medios son también urdidores de tramas.
En este guion en concreto, hay algo que se repite hasta la náusea: un soldado o un civil hebreo son secuestrado o asesinado por una organización terrorista palestina (“somos terroristas y no un ejército porque no tenemos tanques”, decía Arafat); inmediatamente, el Estado de Israel desencadena una represalia militar a gran escala: cincuenta o cien por uno, según el “ojo por ojo, diente por diente”. Y lo hace con una escenificación casi bíblica, demoliendo la casa, muchas veces con la propia familia dentro, del homicida palestino de turno, un mártir más para los promotores de la muerte. Israel valora así, con desmesura, la vida inocente de cada uno de sus habitantes, en la misma medida en que menosprecia la de los niños, las mujeres, los viejos, los jóvenes palestinos; ellos son los otros, los “bárbaros” como podían serlo las tribus germánicas o eslavas para las autoridades romanas o bizantinas. Pero en realidad es una excusa, como lo fue en su día el fanatismo japonés para bombardear con armas nucleares Hiroshima y Nagasaki, una excusa para imponer el Estado por el Terror.
¿Y Hamás y los otros? Claman por los mártires a la vez que disparan sus cohetes desde los barrios más poblados de Gaza, o la franja fronteriza del Líbano, usando a su propia población como escudo. Mártires. Cada vida de un creyente pertenece sólo a Dios. Pero en el fondo es también mentira: cuando la aviación israelí, o sus comandos de élite, destruyan esas casas y esos barrios, con sus infelices moradores inocentes dentro, las autoridades de Hamás, y otros, clamarán en la prensa pidiendo justicia, pidiendo la mediación de la ONU y hasta la entrada de cascos azules. Algo que, en el actual orden de cosas (el de los vencedores de 1945) no van a tener.
Lo siento. No hay espectáculo. No veo buenos y malos como para seguir hilvanando un melodrama. Sólo asesinos sin nombre y víctimas sin rostro. Y esto es ya trágico.
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