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El otro Maradona

Por Jordi Junca , 25 marzo, 2015

Hubo un día en el que la eternidad le tendió la mano al número 10, y ese mismo día el nombre de su familia adquirió su propio significado: El rey de la pelota, la magia, el dios. Pero Él, el futbolista de carne y hueso, fue uno entre tantos, uno de aquellos niños que soñaba en una grada enloquecida. Y claro, las patadas también dolían, y su lengua también probó el sabor de la derrota. Pues sí, fue un dios pero al mismo tiempo un joven que cayó en la droga, o el futbolista que lloró cuando le partieron el tobillo. Un dios que se convirtió en el entrenador mediocre, cuya salud no gozaba precisamente de la imperturbabilidad que se le supone a lo divino. Y aun así se seguía oyendo en los parques, en los campos que ahora eran de césped pero que habían sido de tierra; se oía incluso en los grandes estadios: «ese se ha creído que es Maradona». Más allá de la piel, de la sangre que navegaba por las venas de ese tipo engreído. Ahí se encontraba el mito, una historia que se fue hilvanando a través de las generaciones que vinieron y se marcharon.

Y ya lo creo, habrá un día en el que todo el mundo conocerá el relato de un niño que tuvo al mundo en sus manos. Entonces nadie se acordará de aquel tipo que se emborrachaba. Eso ya no importará. Y así, si de Aquiles recordamos su tendón, de Maradona recordaremos el pie izquierdo, aquel pie delicado como la seda que derrotó al país que no pudieron someter los tanques. Y sí, llegará el día en que olvidaremos al hombre pero no al apellido: Maradona, sinónimo de espectáculo, de arte, de fútbol en estado puro. ¿Pero por qué él? ¿Acaso no hubo otros infantes que pudieron convertirse en reyes? Pues he aquí la historia de lo que pudo ser y no fue.

La leyenda del Trinche Carlovich

Dice la leyenda que en los años 70 hubo un tipo que prefirió las pequeñas cosas de la vida. En Rosario todo el mundo conocía al Trinche, un jugador que gambeteaba, cabeceaba, remataba a puerta y la pasaba como nunca nadie lo había hecho. Pero el hombre que había detrás del futbolista resultó ser un romántico y, si el entrenamiento era a las ocho de la mañana, el jamás acudiría. Si un partido no le venía bien, él simplemente se quedaba en casa. Y, sin embargo, cuando él jugaba las gradas de los campos de Rosario se llenaban de gente enfervorizada.

Dicen que el fútbol dejaba de ser un juego de equipo cuando se trataba de El Trinche. Aquello se convertía en un auténtico espectáculo, y todos querían disfrutar de aquella obra de arte. Así pues, los clubes rivales esperaban a que él llegara si aquel día llegaba tarde. Incluso aseguran que hubo una mañana en la que iban a expulsarlo. Entonces todo el mundo se negó a que el partido acabará ahí, y el árbitro se vio obligado a rectificar su decisión. Y es cierto, casi siempre jugó en segunda división, puesto que su poca ambición jamás le permitió competir con los más grandes. Pero hubo un día en el que todo Argentina pudo conocer al genio. Fue antes del mundial de Alemania de 1974, cuando la selección nacional se enfrentó a un combinado compuesto por los mejores jugadores de la ciudad de Rosario. Como no iban a apostar por el Trinche en un día como aquel. Y en fin, la falta de imágenes nos permite la mayor de las ensoñaciones. Y es que, a propósito de aquel encuentro, personajes tan célebres como Menotti cuentan que la exhibición de Carlovich no se puede explicar con palabras. Quizás sea suficiente con decir que la selección Argentina perdió el partido. Y, entre todos los rosarinos, hubo uno que fue el principal culpable.

Algunos se preguntarán por qué no el Trinche y sí Maradona. Otros responderán que tal vez el primero no quiso y el segundo sí. Así fue el Trinche Carlovich, un jugador de fútbol que prefirió ser una estrella de rock.

La desgracia del Goyo Carrizo

Lejos de Rosario, y más o menos al mismo tiempo, Goyo jugaba con Diego Armando en las calles de Villa Fiorito. Al primero lo fichó Argentinos Juniors para sus categorías inferiores. Y, cuando llevaba algún tiempo jugando en el equipo, le dijo a sus entrenadores que había otro chico que lo hacía incluso mejor que él. A ellos les costó creerle, pero al fin accedieron a que viniera el tal Diego. Nadie lo sospechaba, pero ahí empezó la leyenda de los cebollitas. Con ese nombre se conocía, desde hacía algún tiempo, a aquel equipo de la base de Argentinos Juniors. Pero sin duda, fueron Goyo y Maradona los que lo hicieron grande. Se han cantado canciones, y todavía hoy se habla de aquel equipo. Y no es para menos, pues aseguran los entendidos que entre los dos consiguieron estar invictos durante más de cien partidos, lo cual sin duda constituye un auténtico record dentro de este mundo que es el fútbol.

Juntos, Goyo y Maradona fueron forjando una amistad y una promesa: ambos llegarían al primer equipo y, quién sabe, tal vez jugarían una copa del mundo para traerla para Argentina. Nadie en aquellos tiempos se atrevía a decantarse por uno de esos dos. Eran igual de buenos, cada uno con sus propios matices. Pero entonces vino el destino y dictó sentencia. Goyo se lesionó de gravedad a los 20 años, justo cuando se suponía que tenía que dar el último paso. Deambuló por algunos equipos que flirteaban con la primera división, pero jamás acabó de asentarse. Mientras, su compañero de la infancia iba dando pasos agigantados hasta convertirse en el héroe, primero, y con el tiempo, en el dios.

Hoy día el Goyo Carrizo sigue viviendo en Villa Fiorito, allí donde empezó su historia y la de su amigo Diego. Ahora, Carrizo es un destacado buscador de talentos en la ciudad de Buenos Aires. Y cuidado. Al fin y al cabo fue él el primero que vio algo en aquel chico zurdo. Lo que vino después quizás sea la mayor prueba de lo caprichosa y cruel que puede ser la vida. Estar en el momento oportuno, en el lugar adecuado, y además vivir para contarlo. ¿Por qué Diego y no el Goyo? La respuesta se antoja ahora más difícil.

El siguiente Maradona

Veinte años después de la retirada de Maradona durante la media parte de un River-Boca, aún se sigue hablando de aquella zurda mágica. En todo este tiempo, se ha esperado con más o menos ilusión la llegada de su sucesor, la aparición de aquel otro Maradona. Parecía imposible. No lo pudo ser el Goyo, tampoco el Trinche. Así que al principio se decía con la boca pequeña, pero, a medida que ese joven argentino iba desenvolviéndose con mayor soltura, nos atrevíamos a separar más y más los labios. Ahora se dice cada vez más alto, casi gritando. Leo Messi, sin duda, es el mayor candidato para convertirse, ya no solo en un sucesor, sino en el nuevo rey. Supongo que el tiempo y la suerte dirán.

En cualquier caso, recuerdo que rápidamente empezaron los símiles. Primero, un joven Messi se iba de todos los defensas del Getafe, igual que hiciera Maradona con los ingleses. Después, el jugador del Barcelona superaba al portero del Espanyol con la mano. Y sí, Diego Armando había hecho lo propio también contra la selección de Inglaterra. Aún con todo nos resistíamos a compararlos, por aquel entonces parecía algo descabellado. Y sin embargo, ambos eran zurdos, muy rápidos en la conducción, atesoraban una visión de juego privilegiada y una capacidad goleadora fuera de toda duda. A Maradona se le recuerda sobre todo por su papel en los mundiales, precisamente la asignatura pendiente de su discípulo. Messi, por su parte, lleva por lo menos diez años en el máximo nivel, conquistando un sinfín de títulos tanto colectivos como individuales. La copa del mundo, no obstante, parece que definitivamente se le escurre entre los dedos. Pero, al mismo tiempo, es el jugador con el mayor número de balones de oro en su poder.

Es cierto, tal vez esta sea una discusión que no convenga iniciar todavía. Aún así, lo que es innegable es que hacía mucho tiempo que no se juntaba el talento, la determinación y la suerte necesarias. Eso es precisamente lo que ha ocurrido con el crack azulgrana, quien, después de tantos años, ha puesto en tela de juicio la unicidad de su predecesor. Quién sabe. Tal vez ahora la frase cambie. Quizás, en un futuro no tan lejano, digamos aquello de «este se ha creído que es Messi». El Olimpo y el infierno. A veces tan cerca…y sin embargo tan lejos.


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