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Error bienintencionado

Por Oscar M. Prieto , 25 octubre, 2018

Fue una mañana de hace algunas semanas, coincidía con el inicio de curso en la universidad. Se percibía por el campus algo extraño, que no encajaba. No se trataba de la fuente que, después de años seca, por fin funcionaba. Tampoco eran los parterres de rosas todavía floridas. Nunca la belleza perfecta e imperfecta de la rosa puede ser una anomalía. Presté entonces atención a los alumnos, que volvían a dar vida a aularios y cafetería tras un verano silencioso, pero no había nada incongruente en su emoción por los reencuentros ni en la pereza de volver a madrugar.

Avanzaban las horas y aumentaba mi intriga. Observé desde la ventana grupos de alumnos que, por su juventud y risas nerviosas, debían ser de primer año. Iban capitaneados por un profesor que les guiaba por los distintos edificios. Pensé, qué diferente con mi primer día en la universidad, donde todos estábamos perdidos y no encontrábamos las clases. Observando mejor, divisé en esos grupos juveniles, algo más atrasados, atentos y algo ajenos a un tiempo, a señoras y señores, gente adulta. Qué extraño. Quizás se trataba de estudiantes de esta nueva modalidad de la “universidad de mayores”.

No fue hasta la hora de comer, cuando descubrí lo extraño, anómalo e incongruente, lo que no encaja esa mañana en el campus. Caminando o sentados en bancos, había hombres barbados y mujeres con bolsos, adultos. Empezaban a salir los alumnos de sus clases y esos mismos adultos fueron al encuentro de muchos de ellos. ¡Eras padres! Me recordó la escena de “Amanece que no es poco”, en las que las madres reciben cada tarde a sus hijos al volver a casa con abrazos y gritos dramáticos, como si regresaran de la Guerra de Cuba, perdida Cuba.

Eso fue, sí. Padres acompañando a sus hijos el primer día de curso a la universidad. Me quedé perplejo. La semana pasada hablábamos de bicicletas y de adolescentes. De lo necesario de prestar atención a los chicos en esas edades. No me refería por esta atención a la que los retiene ridículamente en la infancia, sino a aquella otra que los prepara para dar el salto a la vida adulta, libre y responsable. También es cierto que yo soy padre de un niño de 7 meses y quizás cuando cumpla 18 años cometa el mismo error. Pero será un error.

Salud.

www.oscarmprieto.com

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