Europa y los bárbaros
Por Carlos Almira , 1 marzo, 2014
Puede que no sea una casualidad que hoy Europa, la U.E., esté viviendo situaciones de riesgo “militar” en sus fronteras. Algunas, como las tensiones con Rusia en Ucrania, no se recordaban desde la Guerra Fría. Otras, como la presión demográfica creciente en su frontera sur, son relativamente nuevas, aunque quizá obedezcan a la misma lógica de fondo: la pérdida de atractivo, de poder blando, de Europa frente a sus propios ciudadanos.
Cuando la antigua Yugoslavia se desintegró, la rigidez de la OTAN y de las instituciones internacionales salidas de la Segunda Guerra Mundial, impuso una lógica militar disfrazada de apaciguamiento y civilización. Entonces las instituciones europeas jugaron, al menos en apariencia, el papel de un poder blando, colaborador en las tareas de negociación y paz. En aquellos días, muy pocos ciudadanos franceses, alemanes, italianos, asociaban el poder de Bruselas con un esquema rígido, económico y militar, al modo de Foucault (“la política es la continuación de la guerra por otros medios”). Europa era vista aún como un proyecto de ciudadanos, de futuro, de bienestar, de democracia. Hoy, apena un poco decirlo, no es así.
Cuando la antigua URSS se desintegró en los años noventa del pasado siglo, buena parte de sus exrepúblicas siguieron dentro de su órbita geopolítica (no todas en el mismo nivel, por ejemplo, no las Repúblicas Bálticas). Rusia, ¿hay que recordarlo?, no evolucionó hacia un régimen democrático, y con ello se condenó a largo plazo a preservar su influencia en estas regiones con la clásica combinación del chantaje, la injerencia en los asuntos internos (a favor de las minorías o mayorías pro-rusas), y la fuerza. A largo plazo, un régimen despótico revestido de parlamentarismo como el de Rusia, sólo podrá proteger sus intereses geoestratégicos mediante la fuerza militar.
Otro ejemplo son los Estados Unidos. Conforme perdían (si alguna vez lo tuvieron) su atractivo como modelo político y aun, moral, sobre sus vecinos del sur, su aplicación de la Doctrina Monroe (“América para los americanos”) dejó de ser viable mediante el mero comercio y la persuasión diplomática. Si los EE.UU. que cuentan con un acreditado sistema parlamentario, no consideran en un plano de igualdad, como ciudadanos del mundo, a sus vecinos del sur, y quieren proteger sus intereses geoestratégicos en la zona, sólo les quedará el recurso a la fuerza militar.
Puede que Europa, la U.E., esté viviendo de un tiempo a esta parte un proceso parecido: una pérdida interna del prestigio democrático de sus políticas e instituciones; o mejor, o peor aún, un desvelamiento de su verdadera naturaleza oligárquica. Conforme los gobiernos y las autoridades de la U.E. necesiten el recurso a la fuerza, el recorte de derechos y libertades, para hacer frente a las protestas de sus ciudadanos, incompatibles con los intereses de su oligarquía, sus relaciones fronterizas, en el este y en el sur, se verán inevitablemente arrastradas cada vez más, a la lógica de la fuerza militar. No porque para los emigrantes africanos, o para los antiguos habitantes de la Europa del Este y la Ex-URSS, en su mayoría pro-europeos, el viejo continente haya perdido sus acrisolados atractivos (de paz y bienestar civil), sino porque para las propias autoridades de Bruselas las aspiraciones de estos “extranjeros” serán también incompatibles con los intereses de sus oligarquías; o porque, en su caso, constituirán un motivo de enfrentamiento con otros sistemas de poder duro, como el del Imperio Ruso.
Es sabido que los bárbaros nunca invadieron el Imperio Romano; que cuando los germanos (visigodos, ostrogodos, francos, alamanes, etcétera) penetraron violentamente en su territorio a partir del siglo tercero después de Cristo, hacía siglos que una corriente migratoria, pacífica y silenciosa, se había establecido, favoreciendo un crisol de pueblos más o menos romanizados, en la Galia y aun en la misma Italia. Las invasiones sólo fueron irreversibles cuando el poder romano se vio abocado, por su propia dinámica interna, a relacionarse como un poder duro con todos sus vecinos.
Quien maltrata a su población, tarde o temprano tendrá que vérselas con los extraños.
La nueva- vieja Europa.
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