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Fragmentos encontrados

Por Nicolás Melini , 16 mayo, 2014

La casa del libro no hay quien la reconozca:

La Casa del Libro no hay quien la reconozca. La burbuja del libro ha estallado en forma de basurización. El espacio que ocupaba la literatura se ha trufado de productos televisivos, famosos, etc. Es un camino de no retorno. No hay más que una razón, dinero. Quien vende, ocupa el espacio. La literatura ha perdido ahora un elevado tanto por ciento del sitio de La Casa del Libro. Comparte el espacio con subproductos. Clásicos de la narrativa, escritores estupendos de hoy y la novelización merchandaising de un folletín televisivo pasan por ser lo mismo y las mesas no hay quien las reconozca. Conviven unos con otros como si no existiese la menor diferencia. Libro es libro, mano. Pero todavía puede ser peor: ¿el que gane la partida se quedará con el 100% del espacio? Por qué iban a dejar ahí libros extraordinarios que no se venden pudiendo poner más Belén Esteban… En EE.UU. no se lee ya otra cosa, las librerías de los aeropuertos tienen reservado su derecho de admisión y la literatura y el conocimiento no venden lo suficiente. Así que es de prever que aquí nos espere un futuro similar. ¿Los libros de literatura y conocimiento tendrán que encontrar un sitio fuera de las librerías?, (digamos que, al menos, fuera de la Casa del Libro…) Me gustaría conocer a las personas que han tomado esta decisión en las editoriales y en la Casa del Libro. Cómo será eso, ese momento, quitamos esto y ponemos aquello. Ese momento menos-ética-más-dinero y, problema, qué problema, cuál es el problema, no hay ningún problema. Ellos saben lo que están haciendo. Es eso o despedir gente. Es echar a los trabajadores a la calle o basurizar las librerías. Una de dos. Gran dilema. Ustedes verán. Solo vale un valor y no es el de la ética. Me gustaría conocerlos, hacerles una foto, que se expliquen, que quede para los anales este momento, ponerles cara y que se recuerde quién fue y por qué quien decidió este gran paso para la humanidad española. Aunque, más que yo (quién soy yo), quienes deberían decir algo son los escritores de literatura y conocimiento que aún atesoran algunas buenas cifras de ventas. Ellos son los que tienen algo que perder y los únicos que aún pueden resistirse a este cambio. Luego ya no. Pero, ya se sabe, no conviene alzar la voz, si alzas la voz pierdes la gracia y si pierdes la gracia pierdes a la clientela. Es complicado. Nada que reprocharles. Si yo alzo la voz aquí (con la boquita pequeña que tengo, por otro lado) es porque precisamente hace tiempo que descubrí que conservar la gracia para conseguir clientes es pan para hoy y hambre para mañana. Y qué libre se siente uno cuando no tiene que tener gracia. La antipatía nos hace libres, amigos. A veces creo que ser públicamente antipáticos nos permitiría conservar el sentido del humor «en la intimidad», que es donde importa; a mí me pasa. Pero me estoy desviando del tema. De lo que estaba hablando era de ese rictus festivo con el que muchos sonríen esperando convertirse en objetos de consumo, mientras, por detrás, al mismo tiempo, alguien les está introduciendo un par de deditos por el…, o tirándoles con fuerza de los…. Sí, ese rictus vendedor es divertido, mola; o no tiene maldita la gracia y es hasta patético pero es igual. No importa. Si además no hay nada que se pueda hacer. Si el dinero manda, esto es inevitable. Ya pasó con la cartelera del cine. Solo dos opciones: sonreír o mostrar cierta incomodidad en los bajos. El resultado va a ser el mismo. Así que, actitud, amigos. Esto de la crisis, dicen algunos, es cuestión de actitud. Ahí tienen a Boris Izaguirre, eso sí que es ponerse a favor de obra. Mi amigo el distribuidor que vive en el primero de esta casa afirma que lo del libro va estupendamente. Me dice: “Por fortuna, lo del libro es un no parar”. Pues gracias por la información. Y yo que lo vea.

 

Publicar en Canarias, un hecho conflictivo:

En Canarias se ha generado un sistema editorial propio, distinto del que se posiciona jerárquicamente en torno a los principales suplementos de los periódicos nacionales. Se puede estar dando que, mientras los suplementos nacionales dedican espacio a escritores sin apenas obra o con obras de mediana calidad (hay ejemplos de reportaje de nueva hornada muy curiosos), en Canarias haya autores publicando un libro tras otro sin obtener la menor atención de esos suplementos. Se supone que para corregir posibles injusticias está la crítica, que debe leer por encima de intereses de mercado, pero los que deciden qué se critica, normalmente, son los directores de los suplementos, que están más pendientes de las principales editoriales, que para eso son principales (y sus aciertos les cuesta) y para eso contratan publicidad. Esto es algo que les puede decir cualquier crítico, algunos de ellos no están nada contentos con la situación, y a otros les viene muy bien en según qué ocasiones para no tener que asumir la responsabilidad que supondría estar obligados a ver un poco más allá de esas editoriales que cuentan para los directores de los suplementos. Recuerdo un encuentro entre varios críticos y varios novelistas en la sede del Instituto Cervantes en Madrid –entre ellos Fernando Valls, Ricardo Menéndez Salmón, José María Pozuelo-Yvancos, Alfons Cervera e Isaac Rosa—, y los críticos fueron muy elocuentes en este sentido. Lástima que la crítica no esté habilitada para abarcar, con todas las consecuencias, los aledaños del mercado.

Las conclusiones para los autores de las islas son de Perogrullo: buscar como locos publicar en una de esas editoriales principales (aunque parezca mentira, muchos se lo plantean, pero pocos se mueven en esa dirección, por muy de Perogrullo que sea), o publicar en editoriales canarias sin la menor esperanza de que la crítica se despiste por allí (de nada sirven lamentaciones y reivindicaciones). Recordemos que José María Millares Sall recibió póstumamente el Premio Nacional de Poesía gracias a que su último libro salió en Calambur, una editorial de Madrid, cuando llevaba décadas publicando su obra en Canarias. 26 libros. Lo peor es que algunos de por aquí, del centro editorial del país, en su ceguera por pertenecer a ese centro, aún se permitirán denostar y desdeñar a aquellos que se encuentren un pelín “lejos” de donde ellos, en el extra radio de los anillos concéntricos que mentalmente se hayan dibujado en torno a los suplementos y las editoriales que cuentan. Legitimidades que no se dirimen dentro de las obras, mal asunto…

Por otro lado, es extraño que las principales editoriales de las islas (con la excepción de Baile del sol) editen libros solo para las islas, eso no parece que tenga mucho sentido, publicar para un puñado de puntos de venta. Lo peor de esto es que los libros interesantes que se publican en Canarias quedan sepultados por montañas de libros absolutamente prescindibles, editados sin la menor esperanza de competir en mesa de novedad alguna. Clama que fuese impensable que los editores de las islas pudieran obtener el Premio Nacional de Poesía para José María Millares Sall, pues si lo mereció por el libro de Calambur, seguro que lo hubiese merecido por alguno de los anteriores. No parece que en Canarias, los editores (los escritores tampoco) suelan preocuparse de enviar ejemplares a los críticos y escritores prescriptores del ámbito nacional; si lo hicieran, tal vez, a pesar del estrecho funcionamiento de los suplementos, alguno se colaría de vez en cuando. También hay quien objeta que publicar en Canarias es tan fácil que resulta un entorno muy poco exigente: habría tal cantidad de escritores de todo pelaje publicando que, incluso algunos que sí podrían tener capacidad para llevar a cabo una obra merecedora de atención, no se plantean esta con la suficiente exigencia (ojo con eso). El problema es, por supuesto, editorial, son las editoriales las que tienen la potestad de decidir qué se publica y qué no. No cumplir responsablemente con esa necesaria combinación de poder, derecho y obligación, sea por la razón que sea, supone ya de por sí una fuerte perversión de su sentido. Algunos editores independientes peninsulares, aun en dificultades, afirman que hacer solo 100 o 300 ejemplares de un libro no es editar –no sería editar fabricar un número de ejemplares insuficiente, con el que difícilmente se podría poner en circulación un libro—, y es eso lo que están haciendo los editores de Canarias, básicamente, con la idea de vender esos pocos ejemplares, al menudeo, entre familiares, amigos del autor y poco más. También tienen la mayoría de los editores de las islas la fea costumbre de publicar solo a autores de las islas, cuando lo mejor que podría pasarle a los autores de las islas es que sus editores organizaran un buen catálogo, esto es, que interese más allá de las fronteras de las islas, y atraiga a los mejores escritores del exterior, también.

Si todo sigue así, y los editores canarios no se ponen de verdad las pilas, nos encontraremos con que los autores canarios que atisben alguna posibilidad iniciarán el camino de la emigración editorial, porque aquello es insostenible, y veremos que desembarcan en editoriales de Madrid y Barcelona unos cuantos autores muy poco conocidos y, sin embargo, con muchos libros a sus espaldas –como si tuvieran que empezar de nuevo.

[Algunos narradores nacidos en los 60 y 70 para tener en cuenta en el caso de un posible desembarco: Bruno Mesa, Santiago Gil, Anelio Rodríguez Concepción, JRamallo y Javier Hernández Velázquez]

[Algunos narradores que ya se encuentran en editoriales peninsulares: Víctor Álamo de la Rosa (Tropo), José Correa (Alba), Alexis Ravelo (Edaf), Víctor Conde (Minotauro)].

 

Aquí nadie sabe (qué) cobrar:

En España se suceden las manifestaciones de descontento de quienes hacen algún trabajo artístico o de contenido y no ven modo alguno de cobrarlo adecuadamente. Se habla mucho del desprecio de la sociedad española hacia los artistas (cineastas, escritores, músicos, fotógrafos, artistas plásticos, intelectuales…) Pero, aunque la crisis financiera ha intensificado el número de manifestaciones en este sentido, no parece que la situación económica de los artistas se deba a ésta; el problema es anterior a la crisis y más profundo. No es una cuestión de liquidez, una liquidez que en el caso de los artistas se recorta hasta extremos muy por encima de la disminución de ingresos del resto de los sectores de la sociedad. En España, los artistas no han sabido cobrar tampoco cuando había dinero.

Se da la extraña situación de que en este país se ha impedido desde las instituciones y la legislación que los sectores creativos puedan establecer tarifas, un marco regulado en el que funcionar. Ni siquiera aquellos grupos de creadores que han conseguido organizarse en torno a una asociación, como los guionistas, han conseguido establecer unas tarifas orientativas en su sector, siendo éstas ilegalizadas por una “ley de la competencia”, nada menos. Esta situación desregulada se extiende a todos los creadores de contenidos del país. Aquí nadie sabe lo que tiene que cobrar, pero, lo peor de todo, ningún empresario sabe lo que debe pagar. Más papistas que el Papa, nos hemos instalado en el neoliberalismo más salvaje que pudiera ponerse en práctica. Ni siquiera en Estados Unidos se produce un grado tal de indefensión entre los creadores. En Estados Unidos, unos férreos sindicatos imponen a los empresarios de cada sector unas tarifas mínimas y se impide que la gente trabaje gratis y sea explotada. Aquí, sin embargo, se diría que somos alérgicos a que nos digan lo que hacer y cómo hacerlo, esto es la ley del más fuerte, sálvese quien pueda, pasando por alto que el más fuerte es el empresario –de prensa, de cine, editorial…–, y el débil, ya se sabe.

Esto ha propiciado que una enorme cantidad de creadores de contenidos subsistan en el limbo del amateurismo, no porque no circule dinero gracias a sus creaciones, sino porque ese dinero que circula se emplea para todo menos para pagar a los creadores. Así, al tiempo que reparten beneficios entre sus socios y accionistas, hay periódicos que han establecido como norma nutrirse de articulistas, fotógrafos (etc.) que trabajan gratis. Multitud de empresarios sacan adelante proyectos editoriales (revistas semanales, mensuales, diarias) cuya existencia se basa en no tener que pagar a ninguno de sus colaboradores. Productores de cine no retribuyen ni con el 3% del presupuesto a los guionistas de películas que cuestan más de 2 millones de euros. Muchos editores se ahorran pagar a sus autores el 8 o 10 por ciento del precio de venta al público de sus libros, pues esos autores ni siquiera reclaman esa retribución aunque se encuentre estipulada en un contrato.

En realidad, ningún empresario que requiera de contenidos se ve del todo obligado a incluir en su plan de viabilidad el pago a los creadores, pues es algo que se pagará “si se puede”, y “si se puede no pagar, para qué pagarlo”. Para qué habría de pagar un empresario algo que necesita, si puede obtenerlo gratis. Muchos de los que lo pagaban, si se han visto en problemas, han recurrido a no pagarlo: y son muchísimos años, décadas, caminando en esa dirección, pagando cada vez menos hasta no pagar nada, devaluando el precio del trabajo de los creadores hasta que, ahora, se produzca tal cantidad de situaciones en las que resulta prácticamente inconcebible que el creador deba ser remunerado.

Y sin embargo, los artistas y creadores de contenidos parecen temer como al demonio la posibilidad de asociarse, agremiarse, organizarse. Diríase que, unos más que otros, la mayoría de los artistas y creadores de contenidos quieren ser “libres” (neoliberalizados, más bien): el prurito de la libertad creativa como indefensión. Los creadores quieren permanecer en la intemperie.

Una de las quejas más habituales en el medio cultural español se refiere a la competencia desleal que muchos llevan a cabo al no cobrar por su trabajo, pero no se hace nada para acabar con esta, solo quejas y recomendaciones vacuas, cuando se podría trabajar para establecer mecanismos eficientes de control y regulación. Y otra de las quejas habituales en España es la de la enorme cantidad de creadores mediocres que pululan henchidos de autocomplacencia, pero lo cierto es que en España estamos fomentando que los distintos empresarios que requieren contenidos para su funcionamiento recurran a estos –incluso dependan de estos—, y los promocionen.

Qué daño podría hacer a los creadores un marco claro. ¿Acaso piensan los creadores que sometiendo a su sector a unas tarifas claras van a cobrar menos de lo que cobran ahora? Es todo lo contrario, de este otro modo acaban sin cobrar mediocres y excelentes. Lo cierto es que unas tarifas claras y cierta obligación de cumplirlas beneficiaría mucho a los mejores, que no verían cuestionado continuamente que deban cobrar por su trabajo.  Lo cierto es que, si el empresario está obligado a pagar unos mínimos, procurará recurrir a los mejores, mientras que ahora, tantas veces, recurre a los que no lo cobran, aún a costa de disminuir la calidad de lo que ofrecen –lo cual, tantas veces, ni siquiera significa un castigo, a corto plazo, por parte del público consumidor.

Hasta aquí nos ha traído que cada uno de los artistas y creadores de contenidos negocie por su cuenta (desregulados) con los empresarios de lo suyo. Aquí casi nadie sabe lo que tiene que cobrar o pagar, así que en tantos casos ni se paga ni se cobra; y los que saben, ven devaluado su trabajo hasta extremos que son insostenibles.

De nada sirve pedir respeto para la cultura o para el trabajo de los creadores, la responsabilidad mayor la tienen precisamente quienes se niegan a establecer unas reglas justas consigo mismos.

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