La celda vacía
Por Miguel Angel Montanaro , 6 marzo, 2014
El quince de junio del pasado año felicité a Leopoldo María Panero por su cumpleaños con una columna en la revista Culturamas. Créanme que tenía la certeza de que sería el último aniversario que celebraría este cuerdo en este mundo de locos y por ello, titulé aquel artículo como: «Maldito cumpleaños«.
Panero, distinto a todos –artistas o no–, si se igualaba al resto del género humano en la ineludible costumbre que tenemos desde nuestro nacimiento de ir muriéndonos un poco cada día; lo que pasaba es que él, parecía tener prisa en ser el primero de la clase en esta fúnebre asignatura, en la que habiendo estudiado o hecho pellas, vamos a ser todos examinados.
En aquella columna desmenuzaba su poesía, vendida en este mercado donde podemos comprar versos terribles como los de Leopoldo María Panero o un teléfono de última generación al que solo le falta chuparla y hacer churros; sin embargo, ahora ya no tiene sentido que hablemos de sus versos –por eso no voy a caer en el error de transcribirles ninguno en esta despedida–, aunque en muchas ocasiones, solo comencemos a entender la literatura de algunos genios, cuando se van al sitio ése que unos llaman el Parnaso y otros, sencillamente, el nicho 12B, o 34A.
O el que sea.
Ahora, lo que toca es el silencio, para que retumbe en nuestros pechos su voz poderosa, ésa que nunca enmudeció en la celda psiquiátrica donde se encerró porque no supimos entenderlo –y porque nos acojonan los diferentes–; por eso, mienten aquellos que se arrogan la exégesis de la obra de Panero, porque a una víctima, solo puede entenderla otra víctima.
Ahora, quizá, empecemos a olvidarnos un poco de nosotros mismos para acordarnos del poeta y de paso, recordemos también, a la soledad con la que se ennovió; el único amor al que le fue fiel, porque Panero no escribió sus versos él solo, se los dictó su soledad.
Se te han acabado maestro, las cajetillas de cigarrillos y las Coca Colas, la grifa, los versos de Kavafis y el asfalto donde reclinabas la cabeza. Se han terminado para ti los tranquilizantes en monodósis y se han aflojado ya las correas.
¡Vuela! Vuela y déjanos con nuestros versitos de aprendices de poeta, con nuestras rimas de whisky caro y de bar de culturetas.
Vuela y desde la altura, descubrirás lo bella que parece ahora tu celda vacía.
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