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La condición humana

Por Raquel Ortiz Bolfán , 28 febrero, 2022

Alguien me dijo una vez, que las palabras vuelan como el viento y se acercan a tu oído con tanta rapidez, para volver a marcharse con la misma velocidad en la que llegaron. Parece mentira, al principio no entiendes el significado pero el maravilloso tiempo lo pone todo en su lugar. Os preguntaréis, ¿de qué va todo esto? Bien sencillo, os contaré una historia…

Apenas hace unos años descubrí que, los sentimientos de los seres más queridos o cercanos son más frágiles e inestables que una peonza. En mi mundo independiente, la percepción de lo que se decía, se hacía o se dirigía tenía que tener un sentido, en esto no existía ese libre albedrío, todo tenía un por qué, sobre todo en las relaciones personales. Debíamos ser firmes en nuestros propios razonamientos, no un sí porque sí, ni un no porque no.

Si nos adentramos en nuestro pasado, en nuestra primera etapa en la infancia, nuestra existencia ha estado llena de sensaciones y emociones, por ejemplo, conocimos personitas pequeñitas como nosotros, unas eran más afines que otras, nos divertíamos y jugábamos y nuestro comportamiento era libre y despreocupante.  Les robábamos el cubo con el que llenábamos de arena, pisábamos sus castillos, cogíamos sin permiso sus coches de juguete, desvestíamos a las muñecas, nos apropiábamos del cochecito de paseo para nosotros, reíamos, llorábamos porque nos habían hecho daño, o porque nosotros también habíamos hecho daño. Seguíamos ahí, les buscábamos, cometíamos las mismas travesuras, sin conocimiento, sin entender su significado, pero lo más importante es, que volvíamos a jugar con ellos.

En una segunda etapa, en el colegio, moldeábamos aún más las amistades, que si María era mi amiga del alma, Víctor era el niño malo de la clase, Juan y Belén eran los más listos y nadie los entendía, M.ª Jesús, era de las que todo el mundo seguía y Pedro estaba como un queso, pero era intocable para mí. Nuestra mente nos decía que debíamos parecernos a alguno de ellos. ¿Por qué yo no podía ser más lista que Belén y Juan? ¿Por qué no me parecía a M.ª Jesús? ¿Por qué me tenía que gustar Pedro?

En una tercera etapa, en el instituto, la personalidad afloraba por doquier y los sentimientos te agitaban más que una montaña rusa, todo subía y bajaba como la bolsa. Teníamos una crisis de identidad, y nos planteábamos a qué grupo de los que allí convivía queríamos pertenecer ¿Los empollones marginados por el resto de la clase? ¿Las personas magníficas que siempre estaban estupendas? ¿Los gamberros que tenían que imponer su ley? ¿Los raritos que nadie entendía y eran incomprendidos? Cada grupo era un submundo dentro del mundo y si no pertenecías a alguno de ellos, eras de los inadaptados.

Cuando nos hacemos mayores, no deja de ser diferente de todo lo que hemos vivido hasta ahora, por desgracia, los problemas se incrementan, eres adulto, y ya no estás bajo el ala de los padres. Como todos los mortales, cada dificultad encontrada la debes solucionar con pena y sin gloria. Y en lo referente a las relaciones, uf, es un vaivén de idas y venidas.

Como pasamos más tiempo en el trabajo que en casa, los vínculos con las personas también se forjan diferente, se supone que con más madurez, pero no deja de ser distinto que en todo tu desarrollo vital.

Si pensamos en la actualidad en nuestro trabajo, observamos que existe todo este rango de grupos parecidos a los de nuestras etapas anteriores. Están las personas con las que tienes buen entendimiento y te ciñes a lo estrictamente laboral, las personas que admiras bajo tus propios valores, las  personas que te hacen reír, las personas que son incompetentes y utilizan sus armas para suplir su ineptitud, las personas que son un encanto y su máxima habilidad es encandilar, vamos, que son encantadores de serpientes. Encontramos también a las personas que son cumplidoras, las que quieren aportar algo y se quedan en aportar, las personas que solo quieren escalar y pueden llegar a reptar hasta lo incomprensible y bueno, sobre todo, a las que te irías a tomar unas o mil copas.

En definitiva, hay personas que se quedan en tu vida a lo largo de todo el trayecto y otras que no, sin embargo… porque todo tiene un pero, todas esas relaciones que siguen estando, en un futuro no muy próximo, se van perdiendo en el tiempo, es así de cruel, pero es así. Y como dice el refranero…”Donde dije digo, digo Diego” y volvemos al primer parágrafo escrito, “las palabras se las lleva el viento”. Por mucha amistad, muchas noches sin dormir, muchos llantos escuchados, mucho trabajo psicológico (porque todos hemos hecho o nos han hecho de psicólogos), muchas palabras emotivas, muchas alegrías y tristezas, las personas somos individuales y poco leales, y nada perdura en el tiempo. Cuando te dan un nuevo caramelo, lo tomas sin pensarlo.

¡Qué podemos decir de la condición humana! Todo se yuxtapone hasta que se difumina el límite…el amor, el odio, la razón, el bien, el mal, la competición, el control, el ego, la libertad, el éxito, el fracaso… y sino que se lo digan a Erich Fromm (psicoanalista, filósofo y psicólogo social), con la preocupación de la integridad y desarrollo de la persona.

Y seguimos sin aprender nada, por mucho que miremos hacia atrás o hacia delante, nuestra naturaleza vuelve a resurgir. Y no hace falta ver nuestro gran pasado, la pandemia sanitaria en la que nos sumergimos, nos encerró privándonos totalmente de libertad; de nuestros seres queridos, de nuestros amigos, de nuestros sentimientos, y pudimos ver, cuánto nos hacía falta los abrazos, o un simple apretón de manos, o un beso, o una sonrisa…pero al reaparecer y volver medianamente a controlar la situación, nos volvimos egoístas e individuales, sin acordarnos de lo que habíamos vivido. Quisimos más dominio, más control, más ego, hasta provocar una guerra por el simple control del poder. Lo que nos vuelve primitivos y comunes.

Yo quiero, yo puedo… hasta que… yo tengo.

Cuando se agota la fuente

la sed se vuelve más fuerte

los lloros claman la pena

la mente toma las riendas.

 

No temas a la ofensiva

ni a las ganas de combate

El camino no limita

el dominio y el examen.

 

Mi pensamiento es libre

caminando por mi casa.

No me digas que es osado

si no crees y te callas.

 

Acepta esta melodía

cantada por almas gemelas

o cierra tus ojos de ira

y sueña con un nuevo día.

 

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