La muerte. Esa circunstancia ajena
Por Francisco Collado , 11 marzo, 2021
El Séptimo Sello
Vivimos la muerte (si se me permite el oxímoron) como una circunstancia siempre ajena. Resulta lógico, si se tratara de la nuestra no podríamos observarla, opinar o lamentarnos ya que nuestra situación no lo permitiría (sería un poco apurada, no sé si me explico). La muerte siempre es algo que les pasa a los demás. Un horizonte lejano al que no deseamos acercarnos. Una cima que no pretendemos conquistar antes de tiempo. Nacemos para dejar de existir. Esta es la única verdad absoluta, nuestra única certeza. Vivimos de espaldas a su certidumbre y a su misterio, sin querer consumar el sacramento para el que nos han depositado en esta tierra. O tratando de dilatarlo el mayor tiempo posible. Pero la muerte no se puede procrastinar, no se puede postergar. Cuando llega es una tarea inaplazable y no admite excusas del tipo “Ahora vengo” o “Tengo cosas importantes sin terminar”.
El ser humano es lo que hace, no lo que dice que hará. Con frecuencia estamos a mitad del camino cuando llega el momento de abandonarlo. El jardín de senderos que se bifurcan siempre tiene uno reservado para nosotros. Es el mismo atajo para todos los hombres. Los mismos pasos, idéntica dirección. Idéntico horizonte final. Cuando convertimos la muerte en estadística perdemos nuestro origen, nos alejamos de todo aquello que nos hace humanos. Protagonizamos una huída hacia adelante, una fuga de nosotros mismos con la vana esperanza de que aquello sea cosa de otros. La estadística borra los nombres, ignora las ilusiones y vivencias de los que se fueron. Esconde el dolor y la profundidad de las heridas del otro. Anula todas sus esperanzas, convirtiendo en número cada aliento. En inventario cada sueño.
Cuando nacemos la vida delega en nosotros la muerte. Es inaplazable. No hay ampliación de plazos ni recursos en el procedimiento administrativo. Quizás si alguien nos recordara (como a los emperadores romanos) nuestra efímera travesía por este valle de lágrimas, conseguiríamos extraer el néctar poderoso de la vida. Aprender a vivir el instante. Dejarnos habitar por nosotros mismo. “Memento Mori”. Recuerda que eres mortal, susurraba un esclavo a los emperadores recién coronados. Aprende a vivir recordando que un día dejarás de hacerlo. A veces es necesario inhalar una bocanada de aire en un momento sublime de serenidad y soltarlo mientras pensamos: Acabo de morir un poco.
A veces, para aprender a vivir es preciso tener la certeza de que somos aves de paso, volando sobre nuestro cielo. Conseguir llegar a nuestra Ítaca particular no está en nuestras manos. Disfrutar del viaje si es nuestra opción. Y nuestra obligación por el regalo de la vida.
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