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Y el Goya al peor ministro es para José Ignacio Wert

Por José Luis Muñoz , 10 febrero, 2014

goya-premiosCreo que ha sido la de este año una de las peores ceremonias de entrega de los Goya—la de Antonia San Juan fue tan mala que ya es un referente obligado en las todas las ceremonias posteriores, haciendo del defecto virtud—, el premio que nos inventamos por envidia de los Oscar. Falló el guion, francamente sin gracia, y también el presentador, sin chispa. Intentó hacer Fuentes de Buenafuente, que fue uno de los mejores presentadores de galas, junto a Eva Hache y Rosa María Sardá, en vez de clonar voces, que es lo suyo. Una interpretación de José Ignacio Wert hubiera estado bien. Lo más gracioso, puro humor negro, fue el episodio de Pesadilla en la cocina con Chicote a costa de Caníbal, la película de Manuel Martín Cuenca que finalmente se llevó un solo Goya a la mejor fotografía, la de Pau Esteve Birba.  Se quedó sin Goya Antonio de la Torre, a pesar de que estaba nominado por ésa película necrófila y como mejor actor de reparto por La gran familia española que, al final, se llevó Roberto Álamo que se acordó de Philip Seymour Hoffman cuando recibió el cabezón. Emotiva estuvo la gran Terele Pávez, que lo consiguió en la categoría femenina por el film de frikis de Alex de la Iglesia Las brujas de Zugarramurdi que, a la postre, se fue a casa con ocho estatuillas bajo el brazo, casi todas técnicas. Emotivo también Jaime de Armiñán, director que siempre fue un aplicado artesano, al recibir el Goya honorífico y que contó una extraña anécdota parisina cuando la Ciudad de las Luces fue liberada.  Javier Bardem se marcó su speech reivindicativo contra el ministro de incultura ausente al que aludió también, en su turno, Mariano Barroso, al recoger el Goya al mejor guion adaptado por Todas las mujeres, siendo, junto a su coguionista Alejandro Hernández, los más reivindicativos: que se vaya Wert. Si fuera ministro de Defensa y no asistiera al desfile de las fuerzas armadas sería despedido por su jefe, dijo Hernández. Poco antes la actriz Natalia de Molina se llevaba el Goya a la actriz revelación por Vivir es fácil con los ojos cerrados, la película de David Trueba que ha recibido los máximos galardones— mejor director y mejor película de manos de José Coronado, nuestro galán por antonomasia—y otros cuatro, decía que Nos quitarán todo, pero no la capacidad de soñar y haceros soñar. Contó Trueba un chiste que oyó a un empleado de una gasolinera mientras le llenaba el depósito: España es muy rica porque llevan 400 años robando y todavía no se ha acabado. Habló Trueba, tras referirse al querido ministro ausente—Qué sería de la vida si no nos insultaran los que nos deben insultar—, del profesor Juan Carrión, un viejecito presente en el acto que inspiró su película, un profesor de inglés que se empeñó en conocer a John Lennon en persona cuando rodaba Cómo gané la guerra de Richard Lester en Almería, que recuerdo como muy mala ya en esa época, para enseñar mejor el idioma de le pérfida Albión a sus alumnos. Precisamente por hacer de Juan Carrión obtuvo, tras muchas intentonas, el Goya a la mejor interpretación masculina el chico Almodóvar Javier Cámara. Ninguna chica Almodóvar nominada, pero buena parte de las actrices que subieron por las escalerillas y se colocaron detrás del atril, como Marian Álvarez, que fue reconocida por La herida, y por esa película su director Fernando Franco recibió el Goya al mejor director novel, lanzaron puyas contra Gallardón y su retrograda ley del aborto: No vamos a permitir que decidan por nosotras. También de maestros, maestras, iba el galardonado como mejor documental: Las maestras de la República. Del otro lado del Atlántico Juan José Campanella recibió por persona interpuesta, él no estaba, el Goya al mejor film de animación por Futbolín, y Azul y no tan rosa, película venezolana de Miguel Ferrari, otro que se emocionó y alargó su intervención tras ocupar con su troupe el escenario, se llevó del premio al mejor film latinoamericano entre cuyos finalistas no figuraba la espléndida Heli, garrafal olvido. Amor, de Haneke, fue la indiscutible mejor película europea a pesar de competir con la espléndida La vida de Adele.

Fue emotivo ver a todos los que se fueron este año, muchos, demasiados, entre ellos Sara Montiel, Amparo Rivelles, Bigas Luna, Jesús Franco, Elías Querejeta—su hija Gracia estaba allí, representándolo, pero no se llevó con Quince años y un día el cabezón como pisapapeles—, Amparo Soler Leal o Alfredo Landa.

Fue una gala sin burbujas y descafeinada, con un número de baile malo y una ocurrencia, el Goya al mejor film no rodado, que no acabó de cuajar. Quizá el fracaso del film se debiera también a que faltaba el malo de la película por problemas de agenda. Fue una película mediocre que no se merecían las películas premiadas. Nada que ver con la gala de las galas, la del No a la guerra, que montaron ese dúo incendiario de Animalario formado por Alberto San Juan y Willy Toledo para detener la guerrita, Mariano Rajoy dixit, de José María Aznar.

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