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De la tabla a la Tablet

Por Fermín Caballero Bojart , 4 diciembre, 2014

TabladelavarSentado sobre la cama piensas “es de día”. Los amaneceres no se adelantan, es la Tierra lo que da vueltas. Ya lo has aprendido en la escuela.

— Según como lo mires. — Dice mamá mientras calienta leche en el fogón.

Desayunas con la radio encendida. Ha muerto Harry Martinson. Galletas y un poco de mermelada. Adoras atrapar las Fontaneda entre la lengua y el paladar. Saboreas la fresa.

Clavas entre los barrotes de la jaula un azucarillo a Rafaelito, el canario.

Cepillas tus diminutos dientes, repasas con agua tu rostro dormido y te mal peinas. Una vez vestido, metes los libros en la cartera y sales a la calle.

La nieve oculta el asfalto. Caminas bien abrigado hasta el colegio, donde lo primero que advierte el profesor es que hoy el recreo será en la biblioteca.

— Aprovecharemos para aprender a buscar libros.

Dividida la clase en dos grupos, te entretiene la actividad. Nunca habías visitado la biblioteca con ese fin. Y menos un sábado. Tan solo una vez, cuando acompañaste a la tutora llevando aquellos pesados libros para su devolución.

Regresas a casa. “Si la nieve tarda en derretirse no habrá partidillo el domingo”.

Entras en la cocina y alcanzas con una silla el pan con chocolate de un armario. Revisas la cartera con forma de maletín, extraes los cuadernos y terminas las tareas. “Redacción. Cómo encontrar un livro en la bivlioteca del colegio que nos ha mandado Don Ramón”.

—Acorta el título, que te comes los márgenes. — Corrige mamá con dos collejas; una por falta.

— ¿Puedo jugar?

Coges la tabla de lavar a mano y sales a la calle. Sobre la rampa de un garaje te deslizas con fuerza. Frenas a destiempo y te rozas la rodilla. Mercromina.

Cenas y entretienes la espera con El hombre y la Tierra. A través de la ventana llega la noche y con la excusa de ver a papá retrasas la hora de acostarte. Sin tregua. Rafaelito ya ronca con la cabeza bajo el ala.

Duermes.

Sentado sobre la cama piensas “me he quedado dormido”. Anoche olvidé conectar la alarma del despertador. Con los cambios de tiempo te duelen las rodillas. En la cocina, enciendes la cafetera, calientas leche en el microondas y además tu cabeza también da vueltas. Atrapas galletas. Bisbalín, el cerdito vietnamita, juega con una bolsa de cereales de desayuno. Dejas la cocina y te encaminas, perseguido por el gorrino asiático, a despertar a tu hijo.

—¡Arriba! ¡Es hora de levantarse!

Gruñidos.

Tropiezas con la mochila de ruedas.

Te aseas. Vestido y calzado, te peinas y él aún no se ha levantado.

—¡Llegamos tarde al desayuno del cole! — Insistes.

Tiras de las mantas hacia atrás; levantas la persiana, “4 de diciembre y aún sin helar”, piensas.

Oyes el cepillo automático de dientes. Por hacer tiempo consultas en el móvil el parte meteorológico y en el ordenador las descargas de internet.

En el ascensor le preguntas si ha hecho la redacción. Te enseña el título, “Vusca livros electrónicos con Gogle”

— Google es con dos oes. — Sin violencia le corriges.

Antes de volver a casa, acudes al SEPE. Comes en un Burger. Te conectas a su red Wi-Fi. Buscas trabajo. Repasas la actualidad, quemas el tiempo. Arden las noticias. España se chamusca. Le prenden fuego desde arriba. Hace cuatro días falleció Mark Strand.

Por la tarde suena el móvil.

— Se ha resbalado en el patio. — Suena trémula la voz.

Llegas a urgencias. Radiografía del pie, gel anti-dolor, jarabe, hielo y reposo.

— Menudo susto. — Le dices a tu pareja.

Preparas la cena y se quema.

Peleáis por el mando a distancia, por el canal y por el volumen. El cerdo huye asustado; se arrastra por debajo de una cama.

Pones la lavadora y el lavavajillas.

Sales a la calle. En el cajero extraes unos euros. Regresas. Entras por la puerta de casa, ves a tu hijo cojeando con el teléfono inalámbrico en la mano.

— He pedido pizza para cenar.

Saliendo del guiño, se hace la víctima.

—¿Puedo jugar?

Le prestas la tablet. Desliza los dedos.

— Seguro que no se ha lavado las manos. — Protesta tu pareja.

Preparas una nota para enviar por mail: “Estimada señorita, mañana no irá al colegio.”

— Tronco, ¡qué cursi eres! — Salta el cojo.

En la tele emiten un documental de naturaleza: La llamada salvaje; sin rombos.

Hora intempestiva de acostarse. Más protestas.

— Buenas noches Bisbalín.

Gruñidos.

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