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Después del bipartidismo

Por Carlos Almira , 11 abril, 2015

La señal de alarma para el régimen político salido de la Transición en España, sonó en las últimas Elecciones Europeas. Lo que podía haber sido un voto de protesta puntual, en unas votaciones que el electorado percibe como testimoniales y lejanas, parece sin embargo, haberse confirmado en las recientes Elecciones Andaluzas. He dicho régimen, y quizás sea un calificativo excesivo: lo más probable es que no haya tal cambio constitucional en España, sino sólo un relevo de actores y un remozamiento en las formas de hacer política. Se aleja, en los discursos y en el ambiente, la perspectiva constituyente. Por otra parte, las filas de las formaciones emergentes, Ciudadanos y Podemos, y sobre todo sus cuadros dirigentes, no se van a nutrir, en mi opinión, sólo ni principalmente de ciudadanos anónimos, sino de gentes ya versadas en la actividad política. Por último, yo creo que la hegemonía del PP y el PSOE no va a derrumbarse sin más (no veo en el horizonte de ninguno de estos dos Partidos un destino comparable al de UPyD). En fin, no estamos ante un cambio de régimen. No, al menos, de momento.
A pesar del escándalo de la corrupción, del deterioro de las instituciones, de las condiciones de vida y los derechos de buena parte de los españoles, el sistema político salido de la Transición, resiste. Que nadie espere un abril de 1931; ni un septiembre de 1868. ¿Qué puede ocurrir? Sin pretender hacer de adivino, creo que es razonable advertir lo siguiente:
1. Una parte de la sociedad fue movilizada por el 15 M. Este movimiento social surgió, en parte, de un rechazo profundo de: a) la partitocracia (enmascarada de democracia); y b) las recetas neoliberales adoptadas frente a la “crisis” por el último gobierno Zapatero. Se trataba de dos líneas de ruptura de suficiente calado, no ya para provocar, si hubieran tenido una traducción política, un cambio de régimen sino incluso un cambio social, esto es, un proceso revolucionario.
2. El 15 M. fue dando paso a múltiples iniciativas políticas, a una fase de politización de las demandas. La vieja idea de la izquierda, consistente en que primero hay que movilizar a la calle para después, tomar el Estado y transformar las instituciones y la sociedad, se ha revelado históricamente, falsa, hace décadas (quizás desde la frustrada revuelta espartakista de 1919). Esto fue muy bien comprendido por quienes empezaron a diseñar y hacer operativo el nuevo movimiento político de Podemos.
3. Ahora bien: la única opción de Podemos, al menos en un principio, era alcanzar una mínima visibilidad pública, un umbral de realidad, sin el cual, cualquier formación política es una papeleta anónima, una octavilla en la cabina de votaciones que el elector ni siquiera se molesta en deletrear. Esta visibilidad sólo podía lograrla con los votos del descontento movilizado por el 15 M. Era necesario, pues, al menos al principio, esgrimir el discurso de la ruptura, aun sabiendo que tal ruptura no podía producirse en las condiciones existentes. Los dirigentes y creadores de Podemos, gentes de universidad, de izquierdas, etcétera, sabían muy bien lo que se traían entre manos: por una parte, había que distanciarse de la imagen auto-marginadora de la izquierda clásica, anclada en la utopía revolucionaria; pero, al mismo tiempo, había que entusiasmar con consignas y proyectos rupturistas de calado, sin lo cual los nuevos votantes, escapados en un rapto de conciencia del redil histórico de la Transición, no se hubieran movilizado por el “cambio”.
4. Podemos tuvo la suerte de “aparecer” (¡abracadabra!), en unas elecciones europeas y no municipales, ni autonómicas, ni nacionales, donde hubiese competido con los dos partidos que, al principio, parecían llamados a rentabilizar el descontento: la descalabrada UPyD, e Izquierda Unida. Ahora quedaba, sin embargo, lo más difícil.
5. En este punto, la gravedad de la situación (social, económica, institucional), con una infanta de España al borde del banquillo, un Jefe del Estado obligado a abdicar, etcétera, muchos podían pensar que las consignas rupturistas llegarían a realizarse si se traducían en votos. Pero esto es imposible en un Estado de Partidos, salvo que se produzca una ruptura histórica, (por cierto, ni el régimen de Isabel II ni el del último Alfonso XIII eran Estados de Partidos, sino sistemas políticos mucho más frágiles).reloj-sfer
6. Ni el PP ni el PSOE, los dos grandes Partidos del sistema, ni sus corolarios regionales, nacionalistas (Convergencia y PNV), se juegan en cada elección el todo o nada, y ello por dos razones: primero porque, en el imaginario colectivo, son la realidad política. Muy pocos suelen apostar contra lo que consideran la realidad. El rédito de la fatalidad y el supuesto sentido común, jugaba a su favor desde que, tras la muerte de Franco y la desaparición de la UCD, se consolidaron en la conciencia de la mayoría de los españoles como los actores naturales del sistema político en España. La segunda razón es más prosaica: al ocupar literalmente las instituciones, estos partidos se han convertido en los agentes y los gestores estables y mediadores del Estado (con todos sus recursos y posibilidades de existencia) para amplios sectores de la sociedad civil: empleados, parados, jubilados, empresarios, etcétera. En Román paladino: estos Partidos son los que reparten el bacalao, y eso también se traduce en votos.
7. Ahora bien: el voto rupturista de los descontentos del 15 M. podía introducir actores nuevos en el escenario de la crisis, a pesar de esas dos razones de inercia de las instituciones. Podía hacerlo y lo ha hecho, de momento en Andalucía, con Ciudadanos y Podemos. Esto significa que los Partidos de la Transición empiezan a perder: 1º en el imaginario del votante, su papel hegemónico, de actores únicos y naturales; y 2º, su situación de monopolio a la hora de repartir el bacalao. ¿Qué será del PSOE en Andalucía, del PP en Madrid, si durante unos meses pierde completamente el control de la gestión de los recursos públicos a los efectos de repartir empleos, subvenciones, contratos? Esto también se traducirá en votos, no mañana ni pasado mañana, sino con el tiempo. El tiempo es ahora, el agente del cambio.
El cambio sólo requería de la ruptura como una ilusión inicial. Ahora se abre una fase de reacomodo y remozamiento de las formas. Los nuevos y los viejos Partidos seguirán disputándose por un tiempo este doble espacio, mental y material, de las instituciones; pero el sistema seguirá funcionando de un modo muy parecido. La gente ya empieza a ver a Podemos y a Ciudadanos como actores naturales de nuestro sistema de partidos, pero no como opciones de ruptura constituyente, ni mucho menos de ruptura revolucionaria. Pablo Iglesias no es Lenin, como Albert Rivera no es Roosevelt.
Esto lo ha comprendido muy bien (esa es mi impresión) la Casa Real. El viejo sueño de la República se aleja. Ya lo decía Heráclito: en el sueño estamos en nuestro mundo; en cuanto despertamos, estamos en el mundo de los otros. Quizás lo que importa ahora es traer a esa vigilia algo de nuestros sueños.


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