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Hollywood tira la cuarta pared

Por Irene Zoe Alameda , 16 mayo, 2015
Paul Walker, en el cartel de la anterior entrega de la saga Fast & Furious. Su silueta era emblemática.

Paul Walker, en el cartel de la anterior entrega de la saga Fast & Furious. Su silueta era emblemática.

Hace varias semanas que tenía escrita una versión inicial de este artículo sobre uno de los grandes productos de Hollywood en el 2015, pero diversos compromisos profesionales ineludibles me han tenido alejada de mi columna en este periódico.

 

Para mi regreso tras este breve hiato quiero hablar de la última entrega de Fast & Furious: Furious 7. Seguramente muchos de los lectores ya la habrán visto; y otros muchos habrán evitado verla a toda costa, lo cual no ha debido ser fácil si son asiduos de las salas de proyección, porque Universal Pictures, su distribuidora, ha comprado casi todos los horarios de casi todos los cines del mundo.

 

Acudí a ver la película el viernes mismo de su estreno. Me chifla ir al cine y me lo paso bomba viendo blockbusters. Pero la noche del estreno ya no quedaba ni una entrada disponible: la única sesión en la que todavía había butacas libres era la de las diez y media de la mañana del sábado, al día siguiente.

 

Tales eran mis ganas de ver a los chicos de los coches realizar proezas sobrehumanas, que me decidí a comprar la entrada. Nunca había ido al cine un sábado por la mañana, y la perspectiva de ver la película rodeada de papás divorciados con sus hijos me pareció divertida. Aún así, esperaba que la sala estuviera medio vacía…

 

… Fue toda una sorpresa encontrarme el cine completamente lleno a primera hora de la mañana del sábado. Las sesiones se prodigaban cada 30 minutos, así que el complejo de salas era ya un enjambre de espectadores. El asunto era más meritorio aún si cabe si se tiene en cuenta que, además, era el primer día de furiosa primavera tras un largo invierno frío y asqueroso. Ilusa de mí, llegué con el tiempo justo para ahorrarme los trailers y tuve que hacer cola para entrar y me conformé con un asiento esquinado y más alejado de lo deseable de la pantalla.

 

Quiero insistir en que, aunque soy una yonqui del cine, no es mi costumbre acudir a él después de desayunar.

 

Conforme comenzaba la película, a las 10:45 de la mañana de ese sábado, recapitulé los acontecimientos que me habían llevado a una situación tan extraña. Yo estaba completamente fuera de contexto, y nada de lo que viera iba a hacer que mereciera la pena semejante descoloque. En fin: tomé la decisión de odiar la película.

 

Sin embargo, me encontré con una cinta extraordinariamente solvente, de acción vertiginosa, con un ligero toque de buen humor y grandes principios morales. Lo que la noche anterior había esperado de una superfranquicia con un reparto estelar.

 

Lo que ocurrió al final (que no destrozaré aquí a nadie que quiera ver la película) no lo había esperado ni en un delirio academicista sobre teoría cinematográfica. Cuando la historia de aventuras se reanudaba debidamente al modo tradicional, y el clímax me iba devolviendo a la realidad del sábado a la hora del almuerzo, se levantó ante mis ojos una demostración de admirable dominio narrativo. El director de Furious 7 transmutó al rubio y adorable Brian en el desaparecido Paul Walker; del leal forzudo Toretto en Vin Diesel; y una playa de la República Dominicana en la misma sala de cine.

 

En lenguaje dramático, la cuarta pared es ese cristal imaginario que separa a los actores y al público que los observa desde los asientos; una convención o un pacto por el que los actores representan sus papeles como si a esos personajes no los observara nadie, mientras los espectadores jugamos temporalmente a creer la verosimilitud de lo que estamos viendo.

 

Después de décadas en las que los amantes de la teoría teatral nos hemos dejado embotar la imaginación por sesudos estudios sobre Pirandello, y nos hemos dejado zarandear por las frikadas de las salas de teatro alternativo, ha sido James Wan, el responsable de Furious 7, quien ha derribado definitivamente la cuarta pared. Y lo ha hecho con tal perfección estética que hasta los críticos de New York Times y el Washington Post se rindieron a sus pies con lágrimas en los ojos; y lo de las lágrimas en los ojos es literal porque yo también, junto con los 399 espectadores de la sala, me adentré en una catarsis colectiva compuesta de añoranza, compasión, duelo, belleza, alivio y anhelo.

 

Sigfried Krakauer explica en su libro Theory of Film: The Redemption of Physical Reality, que el “stardom” (estrellato) implica un código de comunicación peculiar en el que los espectadores simultáneamente perciben a la estrella y al personaje que encarna. La Escuela de Chicago insiste en que sería iluso pensar que, durante el tiempo de metraje, al espectador le es irrelevante el nombre real y la biografía del actor al que está viendo en la pantalla. El proceso de la recepción es en realidad doble, y en el caso del cine, acudimos a ver a las estrellas “haciendo de tal o cual personaje”. En ningún momento olvidamos la identidad real de la persona que está encarnando al personaje. Y por eso los productos de Hollywood nos gustan tanto.

 

Así pues, aquel sábado por la mañana todos pasamos de ser espectadores a plañideras. Como decía un crítico del Telegraph, nadie quiere que la cojan llorando en una peli de coches, pero la verdad es que los creadores de la película crearon catarsis, y eso es un milagro. En vez de un nuevo filme sobre Jesucristo, para esta Semana Santa Hollywood decidió estrenar la última peli de su hermoso héroe caído, Paul Walker. Y acertó.

 

Me tomé una foto con los ojos llorosos al salir a la calle, y me fui corriendo a comer sushi para desintoxicarme de aquella extraña experiencia.

 

Han pasado varias semanas desde entonces y antes de publicar esta columna he vuelto a observar aquella foto, para ver si era verdad la catarsis que recordaba, y no la había magnificado en mi recuerdo.

 

Y sí, fue real: ahí quedé inmortalizada en un selfie absurdo, envuelta en todo mi candor. Hoy por hoy puedo decir, a quien no la haya visto, que le recomiendo la película.

 

Aún sigo fascinada y perpleja.

 

www.irenezoealameda.com


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