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«Joven y bonita», cinema de corps

Por Redacción , 10 marzo, 2014

Autor: ISRAEL PAREDES

Desde finales de la década de los años noventa y a lo largo de la siguiente, se desarrolló un acercamiento crítico y teórico hacia una(s) nueva(s) tendencia(s) del cine francés basada en varios aspectos. Uno de ellos fue el denominado cinema de corps, atendiendo al acercamiento hacia la corporalidad desde diferentes perspectivas y miradas, no solo en su representación explícita en pantalla sino también a partir de su uso a modo de elemento argumental. Esta tendencia, asociada normalmente hacia cierta visceralidad, casi brutalidad en algunos casos, de la representación del cuerpo, no suponía, o no siempre, un acercamiento de cariz sexual. Es más, en algunas ocasiones no tenía incluso ni que ver con la propia fisicidad. Pero lo cierto es que estos cineastas (ya fueran de manera más o menos constantes), participaron de un posible regreso a la corporeidad, al rearme de lo físico, como expresión de un malestar interno más profundo, usando el cuerpo como elemento de exploración de algunos males; no hablamos de su uso metafórico, más bien lo contrario. Hablamos de un trabajo plástico, buscando que el cuerpo del actor fuera algo más que un simple personaje. El debate sobre el cuerpo en el cine ha sido, en los últimos años objeto de atención, aunque, como muchas de las tendencias de un momento, olvidado con demasiada premura. Sin embargo, películas como Joven y bonita se presentan como excusas perfectas para volver a él.

JOVEN-Y-BONITA

El cuerpo observado. El arranque de Joven y bonita recuerda a ciertas películas francesas de Chabrol y Rohmer. Por el ambiente, por la fotografía, por la sensualidad. Un guiño cinéfilo pero que, en verdad, sobre todo en lo concerniente a Chabrol, apunta hacia el vouyerismo: la mirada al cuerpo de la joven Isabelle (Marine Vacth), observada por su hermano a través de unos prismáticos y, después, desde cerca. Y este no dejará de hacerlo en toda la película, fascinado y obsesionado por el despertar sexual de su hermana (y por el suyo). Esta idea marca desde el comienzo la película: Isabelle será observada, y juzgada, por todos. Y utilizada, aunque piense que es ella quien lo hace. Su cuerpo, que es deseado y admirado, se convierte en una herramienta de poder y de control, de manipulación, que es observado y el cual utiliza para sacar provecho económico de él mientras, aparentemente, explora su recién descubierta sexualidad.

El cuerpo como intercambio. Joven y bonita se desarrolla durante un año y Ozon estructura la narración en cuatro capítulos por cada estación del año, por un lado, y, por otro, mediante las canciones de Françoise Hardy, cuyas letras ayudan a narrar los cambios que se efectúan en la vida de Isabelle, idea muy bien desarrollada y resuelta salvo por algún momento en el que Ozon se deja llevar, rompiendo la frialdad que imprime al resto de la película. Durante estos capítulos o cuadros, Ozon habla, en apariencia, del despertar sexual de una joven quien, incapaz de enamorarse, decide sacar provecho de su cuerpo y de la fascinación que produce en los hombres. El cuerpo se convierte en intercambio comercial y el dinero en algo sin demasiada importancia: nunca vemos a Isabelle necesitada de dinero –su familia es de clase media-alta- ni tiene un valor demasiado real para ella. Simplemente, lo gana fácilmente. Ozon no necesita subrayar esta idea para lanzar una mirada, al final quizá algo moralizante sobre una sociedad y su juventud, carente de valores, incapaz de valorar las cosas cuando le es fácil conseguirlas. En un momento dado, Ozon sitúa frente a la cámara a varios jóvenes comentando un poema de Rimbaud. En cada explicación del mismo encontramos varias formas de evaluar el tema sentimental. El cineasta no utiliza ese momento de manera gratuita, sino que le sirve para contextualizar a unos jóvenes y su visión del llamado amor y las relaciones sentimentales. E Isabelle, deja clara su postura no solo en su comentario, también en su forma de actuar. El poder del cuerpo de la joven acaba imponiéndose y lo utiliza sin escrúpulo alguno.

El cuerpo narrativo y de poder. Ozon trabaja el texto de manera fría y distante, siguiendo a Isabelle y jugando con su imagen, con su rostro, reflejándolo en las superficies y trabajándolo de manera narrativa, como hace con su cuerpo. La puesta en escena, elegante y bien elaborada, transmite la frialdad de la joven: la distancia de Ozon con respecto a ella es la misma que la que tiene Isabelle con respecto quienes la rodean. Isabelle es utilizada, pero ella también usa su cuerpo. Las relaciones de poder que se establecen entre los personajes resultan muy interesantes. Sobre todo porque Ozon trabaja el cuerpo como elemento de poder, de manipulación. Esto es, como elemento narrativo en el que la sexualidad y sensualidad acaban derivando en algo perverso. En el fondo, estamos ante una obra triste, a pesar de que al final Ozon introduzca algo de cromatismo narrativo y todo se vuelva más cercano, más epatante, porque la inquietud y la perversión de gran parte del metraje va dando paso a una normalidad que decepciona en su cierre, ya que resulta, sino artificial, sí bastante convencional. Pero solo sucede muy al final, cuando el despertar de Isabelle es total y se tiene que enfrentar con la realidad. Se ha mencionado en varias ocasiones a Belle de jour de Luis Buñuel como referente de Joven y bonita, por la doble vida y la prostitución como mero capricho y no por necesidad; sin embargo, ambas películas se distancia enormemente en intenciones. El final de cada una es elocuente a este respecto. En Ozon no hay ironía.

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