«Los cuentos del lado oscuro de la luna», de Lluna Vicens
Por José Luis Muñoz , 10 mayo, 2025
A quien haya leído los tres libros de prosa poética de esta autora temperamental que escribe a corazón abierto que es Lluna Vicens (Badalona, 1969), Doce días, una vida, El habitáculo y Allí donde los árboles tocan el cielo, en donde las palabras adquirían una cadencia musical y estaban llenas de emotividad, seguramente le va a sorprender este manojo de relatos negros que tiene entre sus manos, porque Lluna Vicens hace un cambio radical de registro, sale de esa zona de confort en la que se había instalado de la prosa poética de sus anteriores publicaciones y se adentra en el género negro a tumba abierta. A quienes leyeron su primera novela, Mercancía robada, un relato crudo de autoficción que narra la experiencia traumática por la que pasó la escritora en su juventud, no, Y es bueno, y reconfortante, creo que para ella misma y desde luego para los lectores. En Los cuentos del lado oscuro de la luna (Bohodón Ediciones, 2025), cuyo título homenajea a Pink Floyd y es un juego de palabras alrededor de su propio nombre, se adentra de nuevo en el género negro pero a través de la ficción pura y dura.
Contradigo a la propia autora cuando digo de ella que es una escritora vocacional, que ha nacido para escribir, porque Lluna Vicens tiene muchas cosas que decir y la capacidad de convertirlas en literatura de alto voltaje. A los que creen que todos podemos ser escritores les diré que el de la literatura es un don que nos viene dado a unos cuantos y que vamos desarrollando y perfeccionando a lo largo de los años en busca de esa perfección que jamás alcanzamos. La autora de Mercancía robada tiene ese don, nació con él como con el de una extraordinaria sensibilidad para llegar al lector y conmocionarlo. Sus letras salen del corazón y del estómago, no buscan un lector aunque lo encuentran
Los relatos que componen esta antología, algunos inspirados en hechos reales que seguramente el lector va identificar, otros sangrientos que tienen su origen en una afirmación por mi parte, seguramente errónea, de que las escritoras de género negro eran menos sanguinarias a la hora de escribir que sus homólogos masculinos, y otros matizados por cierto humor, negro por supuesto, son una demostración de la versatilidad de la autora que sale de su zona de confort para aterrorizarnos en algunos casos, sacudirnos en otros o hacernos aflorar una sonrisa.
Hay, a pesar de que lo que se cuenta en casi todos los relatos del libro, mucho humor, próximo al surrealismo, como lo que sucede en el primer relato, Carnicería en la pecera, cuyo título es casi un oxímoron —Abriendo las piernas y plantándose ante el acuario de los putos peces de muertes programadas, cogió la pecera por ambos lados con los brazos abiertos y como si nada pesara, levantó los doscientos kilos de trasto arrancando los cables de luz, la bomba de agua y el puto calentador que siempre fallaba, llegó al balcón, lo levantó por encima de su cabeza para sobrepasar la barandilla de hierro forjado y con un ágil movimiento de su torso poderoso como el del minotauro, lo tiró abajo—. En El crimen perfecto es un silencioso psicópata celoso que actúa con una frialdad escalofriante para perpetrar ese crimen del que habla el título y te pones en la piel del asesino. En El hábito pocas veces hace al monje topas, sin desinhibiciones, con la iglesia y un extraño cura que se especializa en turbios negocios de prostitución y regenta un burdel llamado Monte Calvario.
El hombre de los regalices es uno de los relatos que golpean más al lector porque habla del linchamiento social, y físico, de un inocente que no se sabe que lo es sino al final del relato. En El repartidor de guías telefónicas la protagonista es un ángel vengador que la toma con un pobre repartidor de guías telefónicas y actúa con la misma frialdad que el protagonista de El crimen perfecto —Con ellos, compartió confidencias, hasta un detallado relato de su crimen perfecto, aquel que debía borrar su imagen de esposa engañada para convertirla en una hembra omega impenitente, en una sicaria de la justicia indiscriminada e incluso surrealista, en una temible, fría y calculadora asesina castigadora.—. En La nieta de la señora Encarnación no hay sangre, pero sí mucho humor en un relato protagonizado por un chaval que se da un golpe en la cabeza y se convierte en un genio de la informática, y de las finanzas, lo que le permite saquear, céntimo a céntimo, un sinfín de cuentas bancarias.
En La mujer de las bragas invisibles salen por primera vez ciclistas que llegan a casa antes de lo previsto y encuentran a su mujer en una actitud comprometida. Los celos son muy malos y ciegan —Fornicaban sobre la mesa del comedor frenéticamente, poniendo a prueba la resistencia de las patas y las vigas del edificio con las vibraciones y embestidas de sexo salvaje—. En La sopa fría habla de las buenas relaciones que siempre se suelen dar entre suegra y yerno. La vida a través de unas rayban es casi un relato surrealista sobre la relación entre un mecánico, y motorista, con las uñas llenas de grasa, y la clienta pija que le lleva al taller su coche para que lo arregle. En Mis condolencias nos vamos a una funeraria con un tanatopráctico con tendencias necrófilas que parece un guiño a su colega Maricarmen Sinti. Rojo como el esmalte de uñas es un de mis relatos preferidos de esta antología, y no solo porque esté ambientado en Bossòst, el pueblo del valle de Arán en donde vivo, sino porque hay, además de humor, mucha fantasía en ese recorrido genial que hace la sangre de un brazo discurriendo pueblo abajo hasta fundirse con el río Garona —El río de sangre de color rojo intenso fue siguiendo la suave pendiente del piso y salió por debajo de la puerta de su casa, bajó las escaleras escalón a escalón hasta colarse por debajo de la puerta de la entrada, evitó la grúa del pintor, mal arrinconada en la pared, pasó por delante de la casa de la madre de la Seca, la panadera del pueblo que vendía bollos envenenados, y enfiló hasta la calle Piedad sin que ninguno de los fumadores y bebedores irredentos sentados en el bar Las Rejas, el local donde se citaban todos los borrachos del pueblo, se apercibieran de ese río de sangre en el frío de la noche—. Siglos de mala suerte es un relato descacharrante con un vampiro.
Silvia con guisantes es uno de los relatos más románticos, aunque ese plato de guisantes que la tal Silvia le prepara a Hugo sea todo menos digestivo. En Recuerdos, que se había publicado anteriormente en la antología Juramento Negro y es el relato más largo de la antología, y uno de los más crudos del libro por lo que se cuenta y cómo se cuenta —Tuve la sensación de que la carne se desprendía de mis huesos, las piernas y los brazos me pesaban. No podía mantener los ojos abiertos y a mi alrededor solo veía sombras que se movían con voces muy lejanas. No recuerdo lo que pasó después. Solo tengo imágenes borrosas. Me desperté desatada en la cama, pero las ligaduras seguían alrededor de mis muñecas y tobillos—. En Sorpresas te da la vida la autora habla de esas relaciones que se establecen en las redes sociales en las que casi todo es impostación. Descendencia legítima está muy relacionada con la ópera, y no solo porque un acontecimiento traumático tenga lugar a la salida del Liceo de Barcelona, sino porque los protagonistas de esta tragedia están muy unidos sin ellos saberlo. En La violencia, los violentos, habla de los políticos, de la manipulación de las masas, algo que tristemente es muy actual. En Ana cuenta la relación entre una prostituta y un cura, Pedro, que es un religioso que se implica en causas sociales y no siempre actúa con la ortodoxia que se le supone a la iglesia,
Deja para el final dos de los relatos inspirados en casos reales como La nueva maestra y Todas las llamadas tienen un coste. En El sexo femenino salen de nuevo ciclistas y estableces una extraña relación con la playa de Omaha de la Segunda Guerra Mundial. En El guiso, el relato que cierra esta antología, la buena gastronomía combate a la violencia de género. Y es curioso, porque hay un hilo conductor en todos estos relatos en los que abundan ciclistas, los protagonistas beben gin-tonics, los celos nublan la mente y la carne picada hace que no miremos con ojos inocentes los tápers de la nevera.
Hay humor, amor, desgarro, violencia, compromiso social en estos veintidós relatos domésticos, porque pueden suceder en nuestro entorno más inmediato como bien dice el escritor Víctor Claudín en la contraportada —Porque en el terreno de lo familiar, de lo privado, la autora busca y encuentra la desazón y hasta la muerte—, que componen Los cuentos del lado oscuro de la luna, pero, sobre todo, hay literatura excelente, con mayúsculas, prosa adecuada a lo que se cuenta, cero impostaciones, buen ritmo narrativo y mucho talento a la hora de contar historias. Y mujeres que matan con tanta eficacia y frialdad como los hombres. Ojo al dato, porque no siempre a la mujer le va a tocar el rol de víctima.
Título original: Autora: Lluna Vicens
Editorial: Nohodón Ediciones
Año publicación: 2025
Género: Relatos negros / Humor
Páginas: 189
Comentarios recientes