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«Una joven prometedora»: Cerco a la impunidad

Por Emilio Calle , 4 febrero, 2021


Los primeros planos de decenas y decenas de caderas de esculturales mujeres, contoneándose sensualmente, y como norma general a cámara lenta (un recurso que franquicias como «Fast and Furious» han llegado a convertir en un signo de identidad narrativa) son algo tan habitual en el cine que se han transformado en un poso de cotidianidad que facilita la normalización de un horror social y cultural que pese a las continuas denuncias, acaban por caer en el foso de nuestra indiferencia.
Sexualización gratuita y obligatoria.
Bienvenidos al siglo XXI.
Es precisamente con uno de esos gratuitos encadenados con los que Emerald Fennell, directora y guionista de «Promising Young Woman», abre su película. Con la salvedad de que solo vemos esos movimientos perfectamente encuadrados para encandilar, solo que realizados por hombres, nada más que hombres que bailan en un bar. Una inversión temeraria que sirve de apertura para que tres de los clientes fijen su atención en Cassie (Carey Mulligan), una mujer tan ebria que parece incapaz siquiera de permanecer sentada, lo cual es el acicate perfecto para que uno de los hombres se acerque a ella con el propósito de aprovecharse de su estado. Tras una serie de burdas artimañas, logra llevarla hasta su apartamento para sacar réditos sexuales de su debilidad y casi inconsciencia. Sin embargo, cuando se lanza a depredar, ella deja fingir que estaba borracha y se encara desafiante con su más que sorprendido agresor.
Quizás alguien piense que esto es un «spoiler». Y puede que lo fuera de no ser porque todo esto se narra cuando ni siquiera han empezado los títulos de crédito. Y así uno sabe desde ese momento que se enfrenta a un cuchillo muy bien afilado.
«Promising Young Woman» es, ya desde su inicio, un reto, un desafío que hará trizas cualquier expectativa que nos atrevamos a proponer. La protagonista, sistemáticamente, tiende de forma premeditada esas trampas como la única respuesta emocional, casi vital, a las consecuencias de un terrible suceso en su pasado, el mismo que la lleva a ir buscando una demencial y muy, muy ajustada venganza. Una historia que resumida en tan escasa sinopsis parece un campo de minas. Lo políticamente correcto y lo que no lo es, tropezando entre sí, desfalleciendo en los vapores de lo obvio. Pero la desbordante creatividad de Emerald Fennell, tanto como directora como guionista, atrapa la atención por los caminos más inesperados (hasta la banda sonora, la original y las versiones, son un cúmulo de hallazgos que se suman a su despiadado recital). Desde la comedia (y por momentos, la película deslumbra por divertida), al drama, pasando por el misterio, entrando y saliendo de los géneros con una soltura que llega a ser alarmante cuando, tras una serie de episodios brillantemente encadenados y ejecutados, se llega a un final que, a buen seguro, se llenará con las llagas de la polémica. Denunciar tan inapelablemente las agresiones sexuales a las mujeres dentro del amparo de una sociedad que incluso las puede culpabilizar de los crímenes de otros, es, de por sí, un ejercicio muy valiente y necesario. Pero afrontarlo con esos requiebros y esa brutal honestidad  la convierten, con todo merecimiento, en una película excepcional.
A golpes de ingenio y verdades contra lo hediondamente institucionalizado.
Y todo eso recae de forma abrumadora sobre Carey Mulligan, cuya interpretación aleja cualquier adjetivo que uno se atreviera a proponer. Fascina, hechiza, emociona, divierte, asusta, es absolutamente imprevisible y cada uno de sus gestos es casi una película en sí mismo. Acaba de ser nominada a los Globos de Oro. Y es apuesta segura afirmar que estará en los Oscars. Una actriz que ya había dado pruebas de su talento, pero que con esta película da un paso de gigante para entrar en el Olimpo de las legendarias.
Esto es lo que pasa aquí y ahora. Así viven muchas mujeres.
Hay que atreverse a observarlo en vez de mirar hacia otro lado.
Y la herida que deja en el espectador su desenlace es de las que no tienen cura.
Porque aquí hasta se paga muy caro el pecado de sonreír.

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